Asistiendo una vez más a la ciclotimia y exitismo que nos caracteriza como argentinos y confrontando la excelencia en la organización de la reunión del G-20, con el bochorno futbolero de no poder jugar el Superclásico en nuestro país, entendí oportuno contrastar nuestra propia visión como sociedad de la de la visión externa que de nosotros tiene el mundo. Referencias históricas en relación a "civilización o barbarie”, o la grandeza de la generación del 80, que transformara a Buenos Aires en la más Europea de las capitales del nuevo mundo, enmarcan las opiniones sobre la cumbre de Naciones Desarrolladas, que al decir del oficialismo fue un rotundo éxito y a la vista de una visión objetiva de los problemas globales relacionados al cambio climático, las migraciones internacionales y el problema del desempleo tecnológico, sólo ha sido un decálogo de buenas intenciones, sin medidas concretas por parte de un conjunto de líderes en donde la xenofobia y el proteccionismo parecen ser la regla y no la excepción.

Como sociedad podemos concretar ese futuro de grandeza que los extranjeros avizoran y nosotros añoramos.

En tan sólo 72 horas, pasamos de discutir la posible vuelta al "populismo K”, y el bochorno de los barra bravas; a mostrarnos como un país viable e integrado al mundo, con capacidad de organizar en niveles de excelencia la reunión global más importante. Quizás el hechizo se rompa y nos vuelva a la realidad de una sociedad confrontada, polarizada y devaluada que hemos tenido la "capacidad” de construir; o quizás sea un nuevo inicio y oportunidad para un gobierno caracterizado por la excelente imagen que proyecta al exterior en paralelo a la incapacidad para gobernar y aglutinar a la sociedad tras un proyecto y futuro en común. Es evidente que Macri sería un excelente presidente para otro contexto socio – económico de la Argentina. El mostrarse como un presidente criterioso y conciliador, coexiste con su tibieza a la hora de resolver los principales problemas domésticos. Lejos del caos del piquete diario, su agenda bilateral, con los distintos países del G-20 lo mostró en su faceta más productiva y dinámica. Partiendo de la base que la participación Argentina es prácticamente inexistente en el contexto del comercio mundial, y tras una década de aislamiento, logró la apertura de mercados y canales comerciales que seguramente a futuro serán lo más resaltable de su gestión. El equilibrio y criterio con el que manejó la explícita guerra comercial entre China y Estados Unidos, en la cual ambas partes intentan alinear a socios estratégicos, es digno de resaltar. La visión de gran parte de los países desarrollados de una Argentina con un gran potencial y un futuro prometedor, nos hace que debamos replantear nuestras debilidades como sociedad. Nuestra polarizada visión de un estado de bienestar que debe cubrir las necesidades de todos en forma independiente del esfuerzo personal; la utopía de poder construir un estado socialista ante la realidad de una cumbre que mostró a las economías de izquierda abogando por el libre cambio, o la pendularidad y falta de consenso en torno al modelo económico a seguir y nuestra debilidad a nivel institucional, son algunos de los grandes debates que nos confrontan y debemos resolver como sociedad. Esta Argentina, multifacética y ambigua, poderosa y viable a la vista de terceros, requiere que todos nos comprometamos con su futuro y privilegiemos el cumplimiento de nuestras obligaciones por sobre el reclamo de nuestros derechos, elijamos a nuestras autoridades sobre la base de sus principios éticos y morales desterrando de esta forma la corrupción, la excelencia de la educación, la salud pública y la imparcialidad de nuestra justicia, que otrora nos destacara como país, debe ser nuevamente puesta en contexto. Está en la educación con valores y en la elección de nuestras autoridades la clave para hacer realidad esta visión.

 

 

Por Carlos Pujador    Contador Público Nacional (CPN)