Una tentación en la que han caído sucesivos gobiernos en Argentina, incluyendo algunos militares del siglo pasado ha sido la de repartir lo que no hay. Hasta el día de hoy, no obstante los numerosos ejemplos que demuestran lo contrario, que no permiten especular con ideología alguna, se insiste en esa posición voluntarista. El Estado, el único que puede falsificar moneda sin límite y sin cometer delito, puede usar transitoriamente esa herramienta, la emisión, como una forma de incentivar el consumo, pero eso es algo que debe terminar a la misma velocidad de la recuperación de la economía. Mientras, en ese tiempo ganado, es preciso incentivar inversiones que contribuyan tanto a poner en circulación el ahorro interno como a atraer capitales externos siempre que éstos se apliquen a actividades productivas tangibles y no a la mera especulación financiera de cortísimo plazo, los llamados "capitales golondrina". Simultáneamente apoyar a las exportaciones garantizando su rentabilidad, dado que, mientras se espera la llegada de las inversiones, esa será la única vía de obtener divisas genuinas y en consecuencia colaborar a sostener una tasa de cambio estable.

Lo contrario es lo que se está haciendo, aplicar altas retenciones y otras regulaciones e impedimentos. Algo completamente contraproducente en estos períodos de larga recesión es aumentar los impuestos porque con ello se consigue el revés de lo que se necesita, se desalienta la inversión, se extrae dinero productivo del sector privado para pasarlo a gasto, se reducen las utilidades y se aumenta el riesgo de todos los negocios. Si estamos en recesión, más ahora aumentada por el aislamiento de la pandemia, disminuirán las facturaciones por cierres de emprendimientos y el peso de la imposición será mayor pero sobre un número menor de contribuyentes por lo que la recaudación igual bajará. Cuando se llega a este punto, la caja tenderá a reducirse en la misma medida que se aumentan los impuestos porque la evasión tanto como la elusión pasan a ser un negocio en sí mismos. También una forma desesperada de financiamiento propio. Luego el Estado, ahogado por falta de recursos, se suele transformar en el principal tomador del escaso crédito existente succionando los ahorros de la gente para satisfacer sus necesidades, que por definición no generan riqueza. El colmo de este ahogo es cuando se bloquea la posibilidad de obtener créditos directos por falta de confianza o por exceso previo de los límites de endeudamiento. Resumiendo, en medio de una larga recesión, con fuerte pérdida de confianza, con escasez de recursos de adentro y de afuera, se decide redistribuir una riqueza que no existe, para lo cual la única manera es quitar a los que ya tienen para dar a los que les falta. Es entonces cuando comienza el éxodo, primero de las empresas, las cuales tienen por principal interés ganar dinero y pronto también los ciudadanos más aptos para sacar al país de las dificultades, luego siguen los jóvenes, los científicos y los profesionales capaces mal pagos y así. No estamos haciendo más que relatar lo que ya nos pasó, una crónica de la muerte anunciada de Venezuela y, tristemente, contar lo que nos comienza a pasar. Entre nosotros pesa el agravante de la tremenda diferencia entre las distintas tasas de cambio de la moneda extranjera. Si alguien deseara apostar a la Argentina trayendo divisas, se encontraría con que el Banco Central le quita casi la mitad antes de iniciar la actividad. Una pérdida neta inicial del 60 o 70 por ciento del capital original equivaldría a muchos años para solo recuperar lo invertido y esto en la suposición de que todo anduviera bien. Llegado el caso que hubiera ganancia también deberá tomar en cuenta la prohibición de girar dividendos a socios externos o accionistas. Esto último es mortal para todos los que se financian en los mercados mundiales de capitales, como la industria minera. Si tomamos en cuenta los rendimientos de cualquier bono estándar en EEUU, destino considerado seguro, no hay chance alguna para soñar con inversiones aun en sectores muy rentables. Para colmo de males en la minería, en la última reunión de la Cámara Minera, los empresarios decidieron quejarse al ministerio de Astudillo por las severas restricciones al ritmo de producción con que se castiga por la pandemia. Cada vez que se encuentra un caso aunque sea asintomático se aísla a todo un departamento y a veces se paraliza todo el proceso. Esas empresas venden su resultado a futuro y se obligan a cumplir con sus programas anuales porque, a veces, ese metal ha sido vendido y cobrado. Cuando en nuestra familia escasean los fondos uno ve todo más sencillo: se achica desprendiéndose de algunos bienes, de ser imprescindible se pide prestado pero a la vez que se sale a buscar otro trabajo u otra fuente de recursos.

Extrañamente esa lógica no se repite en los gobiernos que piensan primero en su futuro electoral, no se animan a poner el rostro a una época de acumulación de riqueza previa a la distribución, deciden acudir a lo primero que encuentran a mano y terminan matando la gallina de los huevos de oro (la fábula cuenta que una gallina ponía un huevo de oro por día hasta que sus dueños pensaron que tendría varios adentro y la sacrificaron para sacarlos). Por alguna razón, probablemente sea la insistencia de algunos sindicalistas poco formados, se sostiene que el pueblo ya hizo el esfuerzo y que ahora lo deberían hacer otros que no existen, de ahí se pasa a justificaciones totalmente inoperantes. Argentina debe ser uno de los pocos o tal vez el único país pobre del mundo que paga a quienes no trabajan, caso que en otros lugares es penado hasta con la cárcel. No es fácil gobernar sin caja, pero cuando la caja no está hay que volverla a llenar antes de repartir. Es bueno recordar que, en realidad, no es el país el que no tiene dólares, es el gobierno. Recordando una frase del expresidente de Uruguay, Pepe Mujica, nuestros ciudadanos "están embuchados" de dólares que no circulan. Para sacarlos de la dormidera de las cajas de seguridad y de las cuentas de ahorro en esa moneda que son propiedad de muchos altos funcionarios, empezando por la familia Kirchner y siguiendo nada menos que por el Jefe de Gabinete, hace falta crear una confianza mínima, la cual podría llegar con algún plan de estabilización que acompañe a las sucesivas devaluaciones, ya practicadas o por practicar. Injusticia social es cuando una pequeña parte de la población se queda con la riqueza creada por el conjunto. Cuando las acciones del conjunto social no conducen a crear riqueza, la pobreza resultante no es por un desorden distributivo ni moral sino por un desorden social.