Como el pequeño y humilde pájaro que anida en casi todo el planeta, muchos pueblos tienen sembrados por las calles, como hojas sueltas de un árbol que se despoja de sus fantasías en otoño, infinidad de niños sin amparo ni destino.

"A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle... Es honra de los hombres proteger lo que crece, cuidar que no haya infancia dispersa por las calles, evitar que naufrague su corazón de barco, su increíble aventura de pan y chocolate...", pregona el bello poema de Armando Tejada Gómez. 

Él sabía bien de esto. No pudo ir a la escuela. Se educó en las calles de su Mendoza natal. Fue uno de los 24 hijos que criaron, como podían, sus padres. Tan es así, que a los 4 años su padre los abandona y él comienza a ganarse la vida como canillita y lustrabotas, en ese amplio y cruel cielo invertido de la calle. Por eso, magistralmente, nos habla de: "Enarbolar un diario como un ala en la mano", al referirse a esa profesión que cotidianamente nos deja en la puerta, escritos, los sucesos...apagados del día anterior.

Vale la pena, es moralmente válido, mirar el semblante de estas criaturas diseminadas en la intemperie y el miedo, para ver de frente el rostro de la soledad y la brutal ausencia de horizontes. No debe haber nada más vacío que una noche sin la posibilidad de una aurora.

Salvo algunos países del verdadero primer mundo, uno los ve, desnudos de gracia y amparo, hasta en las ciudades más opulentas. Hay una deuda esencial que el ser humano tiene con "la niñez descalza", como la nombra Tejada Gómez.
"A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle". ¡Cómo se puede disfrutar de la elementalidad del pan y la caricia, si seres indefensos e iguales a nosotros no los tienen; si no pueden sentarse a la mesa familiar que, aunque carezca de manjares o comida suficiente, tiene a su costado una madre que mece ángeles en la pradera de su delantal y un padre que señala senderos con su dedo rugoso!

Siga cantando, Armando, esas enormes tristezas y nuestra deuda absurda por repararlas. Siga bollando en los oídos lastimados la canción del magno poeta: "A esta hora, exactamente, hay un niño en la calle... No debe andar la vida, recién nacida, a precio, la niñez arriesgada a una estrecha ganancia, porque entonces las manos son inútiles fardos y el corazón, apenas, una mala palabra".

(*) Abogado, escritor, compositor, intérprete.