Nada cambia desde ahora. La muerte es sólo un parto de luz para entrar en la adentrarse en la eternidad, si de poetas se trata, una estación atestada de pájaros, que conduce al cielo. Porque la muerte, por más muerte que sea, no puede manchar la belleza, no puede enancarse al olvido.

Pero hay poetas a los que Dios les encarga algunos poemas. Éste es uno de esos. Entonces, a partir de ahí, se puede dar un pacto divino por el cual se los destina por siempre embajadores del sitio donde plantaron su vida.

Morir, ‘Chiquito” Escudero, ha de serte tan natural como tu peculiar vos acriollada y simple en el coloquio, pero triunfal en el poema. Tan natural como vos sondeando quimeras de oro en Sorocayense o escudriñando los laberintos de una ruleta o deshojando metáforas memorables, como si nada, desde esa margarita azul e inagotable que Dios te puso en el alma.

El tiempo de las rosas no ha pasado. Ni pasará jamás, Jorge Leónidas Escudero, porque lo has inscripto en la eternidad. Desde ese vacío inconmensurable que nos trasciende y dignifica como seres humanos, goteará por siempre en los rocíos de enero, como una caricia de niñas, tu mensaje musitado en un lenguaje que nadie hasta ahora había expresado. Tuviste el talento de enredar magníficamente las palabras como algas en corales encendidos. De confesarnos la posibilidad de poemas enormes dichos en claves de magia. Sorprendiste de encantamiento a los ortodoxos con ese modo inaugural de diseñar poemas. Convenciste a los más simples con ese tonillo con el que los abrazabas mansos en los boliches cordilleranos y con quienes compartías estrellas en los telones de Ansilta. Fuiste y sos humilde por alguna gracia especial que te tocó, orgulloso de la palabra usada con nobleza, cuando hubo que defenderla de los mediocres, porque era parte de tus sueños.

Una vez sobre él escribí: ‘Debe saberse que el poeta sufre y llora (a su modo o al modo de los demás) cuando escribe. El momento de escribir es un momento de ser los otros y las cosas que a los otros le ocurren, lo que implica la tremenda aventura de desdoblarse en seres, sombras y espejismos. O ser los enigmas, alegrías y sufrimientos propios, y decirlo en códigos que enaltezcan estos sentimientos y nos dejan por un momento en paz. Ser poeta es desahogarse con el hábito de la palabra diferente y bella.

‘Por eso Escudero encuentra belleza hasta en el misterio de los cementerios: ‘Los cipreses caminan callejones/ yéndose para arriba entre sollozos,/ tocan azul y tiemblan indecisos/ sin contestar pregunta’ ”.

Luego de su partida, el ‘Chiquito” le ha escapado airoso a los cementerios. Vuela en aleteos de colibríes, en suspiros de adolescentes, en sueños trasnochados. Gracias, por quedarte entre nosotros.