Los jóvenes aspirantes a cursar alguna de las carreras que ofrecen las universidades locales están realizando los cursillos de ingreso. Más allá de que puedan acceder o no a la especialidad deseada, del total que lo logre menos del 50% llegará a obtener su diploma, lo que incide en gran medida en el índice de costos de graduación por alumno.

Hay que considerar que en la Argentina hay universidades públicas con niveles de graduación superiores al 40%, como las de Córdoba y Rosario; otras que rondan el 30%, como la Universidad Tecnológica Nacional y la Universidad Nacional de Cuyo y las que están en un 24%, como la Universidad de Buenos Aires y casos como el de la Universidad Nacional de San Juan, con porcentajes que pueden variar ante la diversidad de carreras que ofrece. Entre las universidades con más bajo nivel de graduación, aunque no se precisa el porcentaje, figuran las de La Rioja, Misiones, Jujuy y del Comahue. Pero la mayor diferencia y por ello está en el último lugar, corresponde a la Universidad de Salta que gradúa apenas tres profesionales por cada 100 ingresantes.

Son varias las causas de este fenómeno, pero una de las que más inciden es la falta de una buena orientación vocacional sumada a las características de la propia sociedad que alienta a los jóvenes a dejar sus estudios a cambio de un ingreso inmediato. La deficiente orientación vocacional deriva en que muchos estudiantes no profundicen el contenido de la carrera elegida. Por eso son pocos los que se enamoran de la disciplina elegida y busquen terminar la carrera para seguir investigando o indagando en sus contenidos, tarea donde también se refleja la capacidad de los profesores.

Los sistemas educativos universitarios que tienen muchos estudiantes y pocos graduados son los más costosos. En el caso argentino la población estudiantil alcanza 1.700.000 universitarios, de los cuales por año egresan alrededor de cien mil. Tratar de mejorar esos números es una tarea a la que se deben abocar todas las universidades del país, incluso las privadas que suelen tener mejores porcentajes. Y optimizar la orientación vocacional, tratando de detectar desde el ciclo secundario los reales intereses de los alumnos, puede ayudar a mejorar el nivel de graduación, haciendo que la universidad cumpla con las expectativas que genera en la sociedad.