La Argentina vive hoy un escenario similar al de fines del siglo XIX o principios del XX. Si entonces fue el granero del mundo hoy podría transformarse en un gran supermercado de la globalización: las condiciones para exportar alimentos y biocombustibles son inmejorables.

En los últimos años, el mundo pasó de un escenario de sobrante alimentario a uno de incertidumbre en el que la gran preocupación es si habrá suficientes alimentos para una población que crece a ritmo elevado. El dinamismo que los países emergentes aportan a la economía, al sumar cada año a millones de personas a la nueva clase media global hace que, por primera vez en la historia, la demanda aumente mucho más rápido que la capacidad de producción.

El protagonismo de los biocombustibles elaborados sobre la base de maíz en el caso del etanol y soja en el del biodiesel, principalmente, reduce de por sí una oferta suficiente y por ello los precios de las commodities siguen trepando.

Desde que Argentina se organizó institucionalmente, entre 1870 y 1930, el gran crecimiento se debió al escenario internacional. Hoy vivimos un panorama muy parecido, tenemos otra oportunidad histórica, con el agregado de que ya no hay demasiados países con la capacidad de los del Mercosur y algunos otros de la región para producir alimentos: Australia y Nueva Zelanda tienen en gran medida agotadas sus fronteras, igual que Estados Unidos y la Unión Europea. En la lista de países con chances de abastecer de alimentos al mundo están Brasil, la Argentina, Colombia, Bolivia, Paraguay y Uruguay, en el corto plazo, y al Africa, en el largo plazo, cuando superen problemas estructurales. Todos los datos confirman que estamos inmersos en una onda larga de crecimiento de la demanda mundial por proteínas animales, impulsada por el crecimiento sostenido de las naciones emergentes, particularmente los grandes países del Asia-Pacífico.

Probablemente nuestro problema más serio sea que la clase política y la sociedad argentina creen que la manera de crecer es sobre la base del mercado interno y la industria, que en realidad no tiene capacidad de exportar ni generar empleo. La Argentina es el único país de América latina que optó por penalizar la expansión de su producción agroindustrial y los resultados de ese error estratégico están a la vista: es el integrante del Mercosur con el menor incremento en la producción global agropecuaria y en su diversificación, de modo particular en la ganadería. Otra vez, una nueva oportunidad y un potencial desaprovechados.