El Dr. Elpidio González.


Se suele acudir a la memoria de los presidentes radicales Arturo Humberto Illia y Raúl Alfonsín como ejemplos de honradez en la política argentina; pero no fueron los únicos; en todas las agrupaciones políticas hubo gente de bien. Se puede agregar a Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Américo Gioldi, el mendocino Ángel Bustelo, Pablo A. Ramella, Leandro N. Alem y felizmente muchos más y siempre los habrá. Por eso duele y debe rechazarse terminantemente cuando en forma liviana se afirma que todos los políticos son condenables y la política es un caldo de cultivo para la corrupción. Institucionalizar este concepto no sólo es una injusticia y un grave pecado de soberbia, porque pareciera indicar que quien lo afirma sería el único honrado, si es que lo fuere. La política es una misión de servicio al bien común y así la transitaron y transitan muchos de sus activos militantes, junto a otra pléyade de oscuros personajes.


Hay un caso realmente paradigmático, el del Dr. Elpidio González, que a priori puede sorprendernos y verse como una conducta exagerada, aunque jamás podrá la decencia extrema en la función pública o en la vida misma ser un defecto y si más bien una virtud digna de respeto y homenaje. 


Nos dice textualmente una conocida cita de Google: "...Cuando le tocó desempeñarse como vicepresidente radical, entre 1922 y 1928, rechazó tener sueldo porque consideraba que estaba mal cobrar por algo para lo que el pueblo lo había elegido. De nuevo en el llano, con deudas y luego de que la justicia le rematase su vivienda, se negó a cobrar una jubilación de privilegio que, curiosidades de la historia, había sido creada a partir de su caso... Al final de sus días Elpidio González sorprendía a los transeúntes por la Avenida de Mayo porteña por su larga barba blanca y el traje oscuro con el que solía recorrer algunos comercios amigos entregando anilinas que vendía. Aquel hombre de aspecto descuidado había sido vicepresidente de la Nación...". Ilustra esta nota una foto de sus últimos años, tal como paseaba su digna figura por las calles de nuestro país.


Es cierto que la historia política se construye y está plagada de miserias y comportamientos aborrecibles; pero también de ejemplos de vida por parte de personalidades públicas a las cuales la gente, de buena fe, les confió su esperanza para ser ayudados a vivir en dignidad.


Debemos combatir sin condicionamientos la corrupción que viene asolando este castigado país que parece no poder salir del foso de ese flagelo; también exigir a los personajes a quienes encomendamos gran parte de nuestro presente y porvenir que sean honorables, ejemplares y justos; de lo contrario, condenarlos socialmente.


Que la política sea en todos los casos, el oficio de los probos que sacrifican su comodidad por el bien de todos. No es ni debe ser ésta una pretensión vana, un ejercicio de ingenuidad; el ejemplo de nuestros verdaderos próceres, los tradicionales y los contemporáneos, nos compromete en esa dirección.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.