En momentos de sostenida inflación, debido a los pronunciados desequilibrios económicos originados en última década, los precios de los productos de primera necesidad, como los alimentos y los insumos básicos, son objetos de puntual observación de los consumidores por las variantes que resienten el poder adquisitivo del asalariado. Las críticas hogareñas apuntan a subas de alimentos que no son estacionales, como las verduras y las frutas, condicionadas a diversas contingencias como las climáticas. Las carnes y los lácteos presentan grandes diferencias entre los valores de producción y los que paga el público y frente a estas consideraciones una crítica elemental apunta a la intermediación. Es decir, a las diferentes etapas que debe recorrer un determinado alimento, desde el campo a la góndola del supermercado.

Es el caso denunciado por la Unión General de Tamberos, al observar la falta de transparencia en los precios que origina una diferencia considerable entre lo que recibe el productor y el que se paga el consumidor. Según el directivo de la entidad, Guillermo Draletti, cinco o siete empresas del rubro manejan el mercado con tanta discrecionalidad que pagan al $2,20 el litro de leche, menos que el año pasado que recibían $3,80, lo que origina la ‘brecha más grande del planeta” según la entidad. El precio final que paga el público indica el gran negocio de la intermediación y también las consecuencias que impactan en los productores, de manera que se produce el cierre de un tambo por día.

Cambiar el sistema oligopólico, como verdadero formador de precios, es una tarea compleja, más todavía si los costos operativos también suben por el contexto inflacionario