Diferentes culturas han tratado de distinta manera a la vejez. Según la necesidad de supervivencia por escasez o lo contrario, por abundancia, algunas abandonaban sin culpa a sus ancianos como ciertas tribus americanas, mientras otras, como la griega, los premiaban con altos cargos de dirección en la gerusía, de la cual derivó nuestro Senado que exige una edad mínima para ser admitido. Unas y otras carecieron de lo que hoy se ve en nuestro país, la hipocresía.

En el primer caso, tal cual relata cierta literatura, las tribus, con ceremonia previa, iniciaban una marcha en pleno invierno para abandonar en el frío a aquellos ancianos que no tenían quién los mantuviera. Un muy precario concepto de sociedad, unión por necesidad de sobrevivir, el desconocimiento del concepto del futuro y consecuentemente del ahorro, hizo que cada cual se ocupara de su subsistencia o, en todo caso, alguien muy cercano de su familia. El levirato, por ejemplo, era un código que obligaba a un varón a hacerse cargo de la viuda e hijos de un hermano muerto o a veces a un padre de la viuda de un hijo. Desaparecida toda relación de sustento, la persona desamparada quedaba a su suerte, sin que nadie estuviera obligado a atender sus necesidades. Por el contrario en otras culturas hubo una veneración de la vejez, tanto fuera por la asignación de cargos de conducción, por la elevación casi a la estatura de dioses, fuente de consulta ante las dificultades o la asignación del rol de jueces de las controversias. Siempre estuvo presente la tensión natural entre los jóvenes aptos para ascender a puestos de dirección y los viejos esquivos a conceder el poder, logrado a veces con el extremo esfuerzo del combate. "También tu, hijo mío", fueron las últimas palabras de Julio César al momento de ser asesinado. El rey David, mucho antes, debió combatir contra su propio suegro para convertirse en el más grande líder del pueblo judío. Atento a esta realidad, Adolfo Bioy Casares escribió su sensacional y premiada novela fantástica "El diario de la guerra del cerdo", una metáfora en la cual los jóvenes, sin pudor, intentan deshacerse de los viejos en una trama incomparable; "En esta guerra los chicos matan por odio contra el viejo que van a ser", decía genialmente Bioy.

En todos estos casos hay una diferencia clara con la actualidad, la ausencia de la hipocresía que es común a estas épocas sobre todo en nuestro país: los jóvenes intentan desprenderse de los viejos pero les da vergüenza, quieren hacerlo de una manera "políticamente correcta", sin que se note, que parezca un accidente o lo que es peor, algo natural. No son pocos los que piensan que la actual pandemia del coronavirus fue desatada deliberadamente para liquidar a aquella parte de la humanidad que ha superado cierta edad, se cree que ya no sirve y es cara de mantener. Se desarrollan también teorías de homicidio blando como la eutanasia en que se pretende que el/a anciano/a muera, pero eso sí, sin que le duela, consuelo y tranquilidad de quien aplique la inyección. La más falsa de todas es la que viene encarnada en nuestro país mediante el acoso económico de los jubilados, con el agravante de que se inventan fórmulas matemáticas que no tienen más fin que realizar un dibujo soportable, para que nadie se dé cuenta de que, al fin, no se trata más que de un asesinato. Un crimen indoloro, una agonía suficientemente cruel y larga para que el viejo desee morir. "Ahora van a ganar más" "voy a aumentar el 20 por ciento", cuando en realidad ocurre al revés, vienen ganando cada vez menos, mucho menos de lo que ganaron en actividad mientras aportaban lo que les dijeron sería suficiente para una vejez tranquila. Gran vergüenza que después de tantos años de esfuerzo tengan que esperar comer de la mano de un Presidente, actual o pasado, para que anuncie como un gran avance algún aumento de asignación, cuando siempre se entendió que las actualizaciones serían para sostener el status social que se adquirió cuando activo, según leyes que el trabajador no diseñó sino que diseñaron para él. "Ahora viven más años y aspiran a vivir mejor" se suele escuchar transformando en queja lo que debiera entenderse como una bendición.

La Administración Nacional de Seguridad Social (Anses), organismo saqueado en el que los pobres subsidian a otros pobres, debiera ser autónoma y con una administración independiente, como un banco obligado a rendir cuentas anuales a sus accionistas, los aportantes pasados y actuales y no al Presidente o Ministro de Economía de turno. Se ha llegado al absurdo de liquidar títulos del Fondo de Garantía de Sustentabilidad, aquél del cual el gobierno se apropió al regresar al sistema de reparto y abandonar el de capitalización de las AFJP, para participar en la especulación del dólar paralelo, en otras palabras, meter la mano en la caja de los jubilados para ganar un par de días de tapas de los diarios. Sin ponerse colorado Alberto acaba de informar que en diciembre "aumentará" el 5% llevando la jubilación del 80 por ciento de los beneficiarios a unos 120 dólares, menos que cuando él recibió el mando. El abandono de los ancianos por los indios americanos era por lo menos más leal, algo consentido en común por falta de recursos, una reunión con sus dioses, un fin cruel pero inevitable. Los últimos cambios de fórmula de corrección ante la alta inflación y el relato equívoco y difícil de entender, es una "sarasa" triste, un intento fallido de engaño, un maltrato inmerecido a la sabiduría de la vejez.

La suba del 5%

El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y la titular de la Administración Nacional de la Seguridad Social (Anses), Fernanda Raverta, anunciaron durante la semana un aumento del 5% para las jubilaciones y asignaciones en diciembre. De esta forma, la jubilación mínima será de $19.035 al aplicar el aumento de 5% sobre los $18.129 que se abonan en la actualidad, y el año culminará con una suba del 35,5%.

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