
El apagón ha sido repentino. Por eso a todos nos dejó rengos de sueños y eso no se remedia fácilmente.
En algún lugar del firmamento, un poblado casi indefenso de melancolías, de Jáchal, de Cochagual o el Capitán Lazo, ya no es mirado en dimensión de fantasía, desde arriba, con nuestro asombro terrenal; su fiesta de sensaciones se ha sentado hoy a la mesa de Alguien Superior que puede inspirar hasta las piedras y que festeja con pinceles milagrosos de esta tierra el triunfo de la vida en modo frutal.
Al parecer, Mario Pérez, Mario de esta tierra, Mario del mundo más apacible, tenías un color que te podía hacer cosquillas en el alma. Yo lo veo en tu azul, cielos marinos de tus telas, noches con el mar encima, mirada traslúcida de mi abuela, y ese azul lo dejo entre tus manos prodigiosas para que siga trazando huellas en telas sumisas de espejismos, siga acunando barquitos de papel con un corazón de timonel, con un gorrión que rema atardeceres sanjuaninos.
Miro en mis adentros tus aldeas diseñadas desde los altos vientos y, una a una, se van apagando con tu partida las lucecitas de las villas humildes que pincelaste, los resplandores de tus noches encantadas.
Decir la vida con el poema fulgurante de una pintura es casi decir todo. Por eso uno siente la fácil tentación de sentenciar que te fuiste tan joven porque casi todo lo habías dicho. Lamentablemente, no es así; en el imaginario de un pueblo humilde como el nuestro, en la utopía de Borges, que nos aseguraba que se puede escribir historias de lo que no llegó a suceder, yace la casi pena de todo los otros azules que podrías habernos entregado.
Estoy mirando la intemperie de un ranchito que pintaste, al que se le cae la luz por dos ventanitas breves desmesuradas a la noche y un palo (posiblemente de algarrobo) que hace de faro de la pampa con su ojo de luna al tope. Y al fondo de la noche un sorprendente cielo azul (¡ni la noche pudo con tus azules, Mario!). "Rancho solo" denominaste a esa obra. Sin embargo, por los manantiales que la luz derrama en esa noche solo tuya, se vuela como calandria hechizada la vida que late adentro. Percibo desde mi afuera empinado los silbos de una tonada popular en labios de un viejito; me llegan las caricias de un aroma a sopaipillas recién fritas y el suspiro de la noche que se aquerencia en el paisaje. El rancho no está solo. Nada queda reservado a la soledad en tus pinturas; revientan de savia y de victoria. La noche parece haber nacido en tus telas. Un cóndor de fantasía y color, sobrevolando y descubriendo, nos relata desde raros cielos tus aldeas modestas con el lujo de un relato de amor. ¡Qué pena, Mario, tantas cosas, tanta luz, tanto azul no dicho en el camino!
