Con sus floridos 93 años exhibidos a modo de orgullosos trofeos, cerró dulcemente la dorada puertita de su vida y nos hizo saber que se iba contenta y en paz con todo. De ese modo, redondeó una epopeya colmada de amor y poesía, ésa que se forja en las cosas simples, que muchas veces son más valiosas que una imagen poderosa.

Adela ganó la batalla de la vida, "porque triunfar es llegar a la meta en el momento justo''.


Porque sus tiernos ojos acostumbrados a acariciar la belleza se fueron colmando de sombras, dictó a alguien su página postrera y proclamó su epitafio (mejor digamos su poema final, porque ella siempre se expresó en clave de luz): "Hasta siempre. Hoy me despido para irme con mi marido. Como muchos saben y para los que no, les cuento, nunca me gustó que se gastara dinero en las personas que morían, habiendo tanta gente que lo necesita para vivir. Por eso, para quienes quieran recordarme, les agradezco lo hagan con donaciones para al Hospital de Niños... Gracias a todos los que me recuerden ayudando a los que lo necesitan... y hasta siempre. Adela López.''


Porque los gatos son seres especiales y conocen perfectamente a sus amigos-familiares humanos, Michuna, la gata que la acompañaba casi permanentemente en su falda, hoy no quiere salir de abajo de su cama.


Un ser especial como Adela suele dar estos abrazos de fogatas y almíbares, para convencernos de que lo mejor de la existencia también puede ser una muerte triunfal cercada por esperanzas. Ganó ella la batalla de la vida, porque triunfar es llegar a la meta en el momento justo.


Por siempre ha de estar ese resumen cristalino de su alma buscando romances otoñales junto a su esposo, por atardeceres con lunas de San Juan; a lo mejor, flotando en una de esas jornadas del regreso a casa (digo el regreso a la sabiduría, por el libro inconmensurable de la vejez), con la bella cabeza murmurada de jilgueros. Estas cosas no se pierden, aunque las presencias materiales perezcan.


Las lágrimas, cuando por ahí una de esas tristezas nos cae a pique como una condena injusta, o alguna dulce melancolía enancada en una ausencia repentina nos estruja el corazón, suelen ser espejos de momentos ingratos; pero cuando -como gotas de rocío- se incorporan como homenajes a una travesía honrosa, son bienvenidas.


Querida y respetable Adela López de Tinto: me es muy difícil explicar por qué si sólo tuve la oportunidad de hablar contigo cortitas frases en contadas ocasiones en reuniones familiares, despertaste cariño y emociones a raudales por los cuatro horizontes de tu amable corazón.