Hoy nos ocupa y nos preocupa lo que está sucediendo en Rosario, una ciudad que ya no pertenece a sus habitantes y se encuentra totalmente “tomada” (literal), por “la mafia” más perversa de todas, denominada “narco tráfico”. El narcotráfico es un flagelo socio-económico que afecta a toda la sociedad y cuya creciente expansión preocupa a la comunidad internacional, porque se trata de un problema de salud pública, derivado del tráfico y consumo ilícito de drogas. La dimensión que ha tomado en recientes décadas activa las alarmas en las esferas del poder y en la opinión ciudadana general, con un enfoque que generaría la impresión de que se trataría de una especie de “pandemia delictiva” de cercana data. El hecho cierto es que nos referimos a un fenómeno que se incorporó a la agenda internacional hace poco más de un siglo. La primera conferencia interestatal sobre la materia se celebró en 1909, en la ciudad china de Shanghái, por iniciativa de los Estados Unidos, y el primer acuerdo multilateral se concretó en la Convención del Opio, en La Haya en 1912. Seguramente a muchos le sorprenderá la fecha en que, ya en el contexto de naciones del mundo, se hablaba con gran preocupación de este terrible flagelo que son las drogas. Entonces nos cabe preguntarnos qué nos pasa como sociedad que no se ha podido erradicar este mal después de más de 100 años.

Cambiar para que nada cambie

El “gatopardismo” es una palabra derivada del italiano Gattopardo, que es el título de la novela del escritor siciliano Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896-1957), que habla de la decadencia de la nobleza siciliana en la época de la unificación italiana. Gatopardismo se llama desde entonces a aquellas tácticas de distracción y engaño que apuntan a crear la impresión de una renovación radical o profunda de determinadas estructuras políticas, sociales, culturales, cuando lo que en realidad se está ejecutando es un simple “maquillaje”, una llamativa transformación de las apariencias de las cosas que deja intactas sus esencias, como ocurre con todas las medidas que se suelen implementar en la lucha contra el narcotráfico.

San Juan no es una isla

Si bien nos encontramos a más de 1.000 kilómetros de la ciudad de Rosario, donde hoy se está dando una verdadera batalla contra los narcos, no creamos que nuestra provincia está libre o exenta de padecer el mismo mal. Es más, los sanjuaninos sabemos que ese “maldito flagelo” ya se encuentra entre nosotros. Pero el dato curioso, en el caso de Rosario, es que de los más de 1.500 muertos que se registraron el año pasado entre bandas rivales que se disputan territorio y donde inocentes también fueron asesinados, no hubo un solo policía entre los fallecidos, “Ni uno solo”. Por cierto, un dato muy curioso y no deseo que piensen que se anda deseando que efectivos policiales mueran, sino que muchos podemos deducir que existe una complicidad manifiesta por esa institución policial sumado a la complicidad política también.

En San Juan las nuevas autoridades deben tomar ya “el toro por las astas” y combatir sin dejar avanzar a los narcos ya instalados. El mejor ejemplo de “gatopardismo” en nuestra sociedad sanjuanina es la prostitución, que por supuesto, está penada por ley. Sin embargo, si alguien desea obtener favores sexuales, de hombres o mujeres, a cambio de dinero, se sabe perfectamente dónde encontrar esas personas que lo ofrecen y se instalan en las cercanías del municipio capitalino. Lo mismo pasa con las drogas. Muchos saben donde encontrarla. Ahora la pregunta sería, ¿la Policía de San Juan no lo sabe?

 

Por Jorge Reinoso Rivera
Periodista