Según señala la historia, la celebración hacia las madres se inició en la antigua Grecia en honor a Rhea, la madre de Júpiter, Neptuno y Plutón. No fue sino hasta el siglo XVII, en Inglaterra, cuando se comenzó con el festejo. Se lo llamaba "Domingo de Servir a la Madre” y los criados tenían permiso de hornear una torta que luego llevaban a sus casas para la homenajeada.

En el nuevo continente la primera proclamación del Día de la Madre la hizo el gobernador de West Virginia, en 1910, como resultado de los esfuerzos de Anna Jarvis. Ella comenzó a trabajar, luego de que su madre falleció, para que estableciera un día en honor de todas las madres. Jarvis estaba convencida de que sólo la gente se daba cuenta del valor que tenía la madre una vez que la perdía.

Honrar la maternidad también fue característica de las culturas que poblaron Mesoamérica antes de la Conquista. Una de ellas, la azteca, rendía culto a la madre de su dios Huitzilopochtli, la diosa Coyolxauhqui o Maztli, que era representada por la luna. Los indígenas rendían especial tributo a esta diosa y dedicaron a ella hermosas esculturas en oro y plata, que revelan la importancia tan grande que ellos concedían a la maternidad.

La sociedad argentina tiene numerosos conflictos por resolver. Sin embargo, también es cierto que sus miembros terminan siempre acordando en algunos valores, que son todavía los que contribuyen a lograr su unión espiritual: caridad y solidaridad. Por eso no extraña que cada vez que se celebra el Día de la Madre reúna sin discordias a la mayoría de la sociedad en torno de una figura que resume esas virtudes y, por supuesto, muchas más.

La figura materna como dadora de vida es el símbolo de lo que querríamos para vivir nuestras propias vidas: una entrega ilimitada y por amor hacia sus hijos, comprensión y tolerancia para con sus errores, disponibilidad de por vida. Estas características se manifiestan siempre, no importa el nivel social, económico o educativo de la madre. Hoy, esta celebración cobra pues, una significación aún más poderosa.

En los momentos confusos, uno de los caminos para lograr mayor lucidez es tratar de fortalecer la unidad, porque toda comunidad es también una gran familia y así como nos alegramos por formar parte de la nuestra y comprendemos la responsabilidad que el amor familiar implica, de la misma manera debemos involucrarnos con los valores y deberes sociales, para alentar la esperanza de que es posible otra forma de convivir.