Francisco visitó el martes pasado la ciudad de Florencia, con motivo de la Vª Convención Nacional de la Iglesia en Italia. Aprovechando este contexto y luego de una semana difícil en el que un prelado vaticano, miembro de la Sociedad de la Santa Cruz del Opus Dei fue encarcelado, no dejó de insistir en la necesidad de continuar con los cambios en la Iglesia. Más aún, insistió en que los problemas que se presentan en la vida deben ser asumidos como desafíos y no como obstáculos. Antes de llegar a la capital de la región toscana, Bergoglio incluyó una breve visita a Prato, donde subrayó que la vida de cualquier comunidad exige que se combata de raíz "el cáncer de la corrupción y el veneno de la ilegalidad”. Lo que conmueve son los gestos auténticos del Papa. Al visitar el Centro de Caritas en Florencia, compartió la mesa con 60 pobres: 30 de Italia y el resto de países como Sri Lanka, Filipinas, Rumanía, Ucrania y Perú. El almuerzo fue servido en platos de plástico y acompañado con agua del grifo. Uno de los encargados le dio al Papa una tarjeta para poder ingresar al recinto y le explicó que "todos los días, los que vienen a comer gratis reciben una pequeña tarjeta. Le damos una ahora a nuestro Cardenal y una a usted. De ese modo usted queda registrado y ya puede entrar”. Pero el discurso central fue dirigido a los obispos de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), con la cual Francisco disiente en muchos aspectos. Les hizo una advertencia fuerte. "No debemos estar obsesionados por el poder. Si la Iglesia no asume los sentimientos de Jesús, se desorienta y pierde el sentido”. Para Bergoglio, ella debe ser humilde, desinteresada y alegre, pero debe evitar dos tentaciones. La primera es el confiar en las estructuras, las organizaciones, y las planificaciones abstractas. Esto muestra una Iglesia con rostro rígido, que parece más una estatua que una comunidad viva. Las normas dan seguridad a muchos en la Iglesia y piensan que por eso son superiores. Pero ante los problemas es inútil buscar soluciones en "conservadurismos y fundamentalismos”, en la "restauración de conductas”. La doctrina cristiana no es un sistema cerrado incapaz de generar preguntas, dudas, interrogantes. Ella es viva, y por eso debe "inquietar y animar”, en vez de estar a la defensiva, por miedo a perder algunos beneficios.
La segunda tentación es la de confiar sólo en razonamientos lógicos y claros. La viven los clásicos defensores de la doctrina, a los que no les interesa la persona. Aquí puso como ejemplo al célebre cura Don Camilo, personaje creado por el escritor italiano Giovannino Guareschi, que se encuentra con el alcalde comunista Pepón, en la posguerra italiana. Ambos personajes representan posturas políticas enfrentadas y luchan entre sí denodadamente pero al verse ante conflictos más universales tienden a unir fuerzas a regañadientes y a descubrir su mutua buena voluntad. Por supuesto, Don Camilo termina ganando o empatando moralmente la mayoría de las disputas, como para reflejar la posición cristiana y anticomunista del autor. Pepón está presentado como un hombre tosco y prácticamente analfabeto aunque con un corazón de oro. El Papa se sirvió de este relato para resaltar lo que decía Don Camilo: "Soy un pobre cura de campo que conoce a sus fieles, uno por uno, los quiere, ha descubierto sus dolores y alegrías, y sabe sufrir y reír con ellos”. La Iglesia, advierte Bergoglio, no puede estar alejada de la gente. Debe aprender a conjugar el verbo "acercar” y testimoniar "cercanía” a todos, sin excepción. En este sentido resulta ejemplar el testimonio que ofreció Bledar Xhuli, sacerdote ex prófugo, ante el Papa, en la bella catedral florentina "Santa María del Fiore”. Xhuli es un consagrado albanés, nacido en el seno de una familia atea. En 1993, con 16 años decidió partir desde Albania hacia Italia. Al ser clandestino y menor, no encontró un lugar donde ser recibido. Dormía en las estaciones de trenes. Almorzaba en un comedor de Caritas. Buscaba trabajo, pero al no tener documentos, esto resultaba un ideal imposible de cumplir. En la noche lloraba y gritaba su desesperación, hasta que fue recibido en una parroquia de Florencia. Allí se le ayudó a comprender que era un clandestino, pero no un delincuente. Se inscribió en la facultad de Ciencias Políticas y comenzó a trabajar en una empresa multinacional. No era bautizado, por lo que pidió recibir este sacramento, la comunión y la confirmación. Luego de haberse doctorado, ingresó en el Seminario y fue ordenado sacerdote el 11 de abril de 2010. Su testimonio fue muy aplaudido. Es que al concluir su experiencia de vida ante el Papa, le agradeció haber instituido el Jubileo de la Misericordia que dará comienzo el 8 de diciembre próximo, y pidió a todos no olvidar que cuando alguien golpea la puerta se le debe abrir, porque sin misericordia y sin cercanía no hay futuro.
Quien piense que Francisco es un hombre débil para gobernar, se equivoca. Lo ha demostrado con la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), a la que el pontífice nombra sus autoridades. Su actual presidente fue designado por Benedicto XVI. Se trata de Angelo Bagnasco, arzobispo de Génova, hombre ultracoservador, obsesionado por la doctrina. En el último cónclave se opuso a la elección de Bergoglio, trabajando para que los electores se inclinaran a favor de Angelo Scola, arzobispo de Milán, quien antes de ingresar al cónclave de 2013 había mandado a confeccionar remeras y souvenirs con su imagen ya como Papa. Lo primero que hizo Bergoglio al asumir como Obispo de Roma fue excluir a Bagnasco de la poderosa Congregación para los Obispos, que regula los nombramientos episcopales de los países de antigua tradición cristiana. Lo sustituyó el arzobispo de Perugia, Gualtiero Basetti, a quien el Papa le ha concedido la dignidad cardenalicia el 22 de febrero de 2014. Nunca había sucedido que el presidente de la CEI no formara parte de aquel dicasterio de la Curia romana. También sustituyó al secretario de la CEI, Mons. Mariano Crociata por un obispo "de la gente” y "de la calle”: Mons. Nunzio Galantino, titular de una diócesis pobre en la marginada Calabria. A Crociata lo nombró obispo de la diócesis de Latina y por primera vez, luego de varios decenios, el secretario saliente no fue nombrado en una sede cardenalicia. El proyecto de Francisco es reducir el número de diócesis de Italia. Por ejemplo, Susa, en la zona del Piemonte tiene un obispo para 69 mil bautizados, 51 sacerdotes que superan los setenta años de edad, y 61 parroquias. Números irrisorios como los de Acerenza, en la región de Basilicata: un obispo para 42 mil bautizados, 21 parroquias y 42 sacerdotes. La tarea de reforma emprendida por el Pontífice argentino, no se detendrá. Su mensaje a la Iglesia italiana rige para toda comunidad católica: "Quiero una Iglesia alegre con rostro de madre, que comprende, acompaña y acaricia. Quiero una Iglesia alejada del poder”.

