La apatía del Estado frente a los daños ocasionados por la presencia de animales en las rutas ha llegado a tal nivel que no genera la más mínima reacción, obvio los muertos no pueden accionar y los familiares están perplejos y ahogados en su dolor.

El daño ya se ha producido y es irreparable para esas familias afectadas a quienes resulta absurdo exigirles que, además del dolor que padecen, se embarquen en laberintos judiciales para que se determine la responsabilidad de aquel suceso, que en definitiva no les devolverá a su ser querido.

Se me ocurren un montón de excusas que puede dar el Estado para justificar su inacción y desidia, una de ellas puede ser que los propietarios de estos animales son personas de escasos recursos y que viven en el campo en condiciones muy duras, otra puede ser algún vericueto legal para sostener que se trata de un ámbito de competencia que no le corresponde y eximirse de cualquier responsabilidad legal, también puede alegar cuestiones económicas o presupuestarias. Excusas siempre hay, pero la realidad es que se sigue muriendo gente en la ruta, destruyendo familias enteras, dejando devastación y dolor por doquier.

He pensado en esas posibles excusas que puede dar el Estado para "no hacer nada" porque quisiera demostrarles que ninguna de ellas justifica las laceraciones que sufre nuestro cuerpo social. Las personas que mueren por estos "accidentes" no son una estadística, ellos son padres, hijos, sobrinos o tíos de alguien que los va a extrañar y que va a sufrir por esa "evitable" forma de perder la vida.

Los propietarios de los animales, inescrupulosamente los dejan sueltos a la vera de la ruta para que pasten sobre terreno desmontado por maquinas viales, donde crece mejor pasto que en el campo inculto. En resumidas cuentas, estamos hablando del sacrificio de vidas humanas para que algunos animales coman mejor en beneficio de sus propietarios.

Sé que no estoy diciendo nada nuevo, y que éste es un mal que arrastramos desde décadas, que si alguna vez se hizo algo fue una reacción espasmódica para acallar alguna infame estadística que cruzaba los límites de lo tolerable para ese momento, pero que silenciosamente ayudaba a correr ese límite un poco más lejos, "adormeciéndonos nuevamente".

Recuerdo que allá por el año 2000, apareció un foco de fiebre aftosa en el Norte argentino, presuntamente originado por la introducción clandestina de ganado desde Paraguay, tirando por tierra los trabajos realizados durante años para eliminarla de Argentina.

Lo que me llamó la atención fue que, frente a ese foco se utilizó lo que se conoce como "rifle sanitario", sacrificando aquellas cabezas de ganado afectados por la fiebre aftosa y las sospechosas de estarlo. Ese sacrificio sanitario "no tiene y no tuvo otro fin" que intentar abrir y mantener mercados internacionales para la comercialización de la carne argentina.

Cuando enfatizo "no tiene y no tuvo otro fin" lo hago en orden a resaltar que la fiebre aftosa no produce ningún efecto sobre la salud humana, es decir, es inocua por no ser trasmisible a los hombres.

La eficacia de la actuación del Estado para proteger cuestiones comerciales, que desde mi punto de vista no merecen reproche moral alguno, salvo que ese mismo Estado no actúa de la misma manera para resguardar un valor superior como es el de la vida humana. Para resguardar la actividad comercial, el Estado y la sociedad están prestos a utilizar duros métodos, ahora para resguardar la vida de las personas no se actúa de la misma manera. ¿No será que al Estado y a la sociedad les importa más las divisas que se pierden y los derechos de exportación que no se cobran, más que proteger la vida de seres humanos?

Es sabido que nuestro país sufre desde hace muchos años distintas crisis que lo han afectado económicamente, y que recorrer las extensas rutas, rastreando animales que puedan ser un peligro para los que circulan por ellas, constituye un alto gasto. La captura de grandes animales requiere de vehículos especiales para transportarlos como así también vehículos que lleven varios caballos con monturas, jinetes y demás elementos. Aún así aquello es una tarea peligrosa para los que la ejecutan, recordemos que se trata de animales que se encuentran sueltos en el campo y que por tal motivo son escurridizos y agresivos si se los encierra.

Escapa a mis posibilidades saber si nuestro Estado cuenta con los recursos necesarios para hacerlo de esta última manera, pero lo que es seguro es que hay que salvar la vida de ese padre, hijo o hermano, que podría ser el tuyo, y que morirá vanamente por la desaprensión de sus congéneres, ya sea por acción u omisión. Por acción de los que liberan los animales en las rutas y por omisión del Estado, sus funcionarios y de la comunidad que miran impávidos.