Antes del terremoto del 15 de enero de 1944 la población de San Juan tenía una mixtura de inmigarantes provenientes de todas partes, que aunque sufrían desarraigo, cuando había fiestas populares compartían con todos la misma alegría. El Carnaval fue uno de esos incentivos que convocaba a toda la población...No había ricos ni pobres...Había gente que gozaba con la chaya, los corsos, los disfraces, los bailes. Nadie era indiferente.

Habían prendas que sólo se usaban para estas carnestolendas: la toalla de la chaya. Era infaltable para la abuela o la madre llevarla al corso con los pomos de agua florida y sobre todo para el domingo de entierro que en la década del 50 comenzó la aparición del Pujllay desterrando al antiguo Momo. Las revoluciones que exiliaron las fiestas populares fueron matando de a poquito esa alegría sana, libre, barata. Habían abusos a veces, pero la fragancia de la albahaca, matizadas con las bombitas endurecidas a la sal y comer sandía y esa chicha sabrosa que se vendía en la misma Plaza 25 de Mayo unían a los sanjuaninos en una algarabía que aun no puedo medir desde mi niñez con exactitud. Las niñas esperábamos estas fiestas para disfrazarnos y por fin pintarse los labios con el "'rouge'' de la mamá. Eran infaltables las visitas a los diarios para salir en páginas interminables como los niños visitantes del Carnaval. Los corsos eran preparados por municipios y las comparsas tenían historia y quienes las integraban se sentían protagonistas de un acontecimiento singular.

Las fiestas populares son la sazón de la vida de una comunidad. Por ello, al reeditarse la Fiesta del Sol hemos visto acudir las familias otra vez para gozar de la creatividad y el color. Es un regalo magnífico para la salud y sentirse orgullosos de ser sanjuaninos.

Desde la última revolución del 76 lo primero que se hizo fue cambiar los feriados festivos y por supuesto el carnaval. Y poco a poco aquella fiesta que le daba personalidad a la provincia se fue "amustiando''.

Ahora, al tener los feriados es fácil idear otra vez la carnestolendas que aunque no sean como las de antaño, vuelva cada año a sentirse el perfume de la albahaca y su combinación, para el juego, con la harina para que la risa vuelva a sentirse liberada y fresca.