Durante los últimos 65 años, el meridiano político argentino tuvo siempre la influencia tangencial del peronismo en la residencia del poder. La imaginación para prever el tiempo que viene en una Argentina contradictoria, con rigidez de mira histórica y política, suele ser más bien amiga de los sabios y no de los observadores que cotidianamente elucubran en análisis críticos, embrolladas opiniones que confunden a nuestra humeada sociedad sedienta de diafanidad. La autocrítica pendiente dirá que carecemos de autoridad para arrojar la primera piedra. En esta comprensión, recuperar el aliento del deber cívico urge, para salvar la vida de la nación, cuando aún hay tiempo de resucitarla como salvamento de todos.
En la elevada escritura de los tiempos, es fundamental descubrir fehacientemente la coherencia cuando se ausculta el análisis de situación de una íntima realidad política, más allá de la parcialidad de donde proviniere. El paso de la sociedad adquiere certidumbre hacia el devenir en la medida que se aunan coincidencias con la visión de la historia reciente. En ese interés, es vital el aporte sin revanchismos, por ejemplo, con mira bien intencionada del acuciante pendular en el espacio donde se resuelve y define el manejo de la cosa pública, que por ende, afecta el destino de los argentinos. Los hitos de la historia reciente, en su diaria acumulación, delimitan coincidencias innegables comunes a todos los argentinos. Caminando el mismo tramo, la historia contemporánea es contaste en afirmar que desde el año 1943 hasta el día de su muerte, la palabra Perón gravitó -directa e indirectamente-, en la relación de poder en la República Argentina. De este concepto se infiere que fue parte de la estrategia del líder, preocupado porque los dirigentes no asumían su prédica cuando planteaba la necesidad imperiosa de caminar hacia la institucionalización de la revolución en paz. Esas circunstancias no niegan la influencia del peronismo en la vida de la nación, que hasta ese momento, fue parte de una estrategia concebida por la genialidad de Perón.
La dirigencia intermedia, dueña de los cargos estratégicos en el partido y gobierno cuando fue menester, nunca entendió a Perón y guardó en el cajón del olvido el anhelo y directivas del conductor. Los últimos mensajes del líder peronista cuestionaron insistentemente las rencillas intestinas en el seno partidario y estamentos de gobierno. Poco tiempo después del 1º de mayo de 1974, Perón iba a presentar al pueblo su ensayo de lo que consideraba el Modelo Argentino, definición de qué hombre argentino, qué sociedad argentina y qué Argentina él soñaba. A los pocos días fallecía y sólo podemos intuir lo que él soñaba para su pueblo.
La presencia del peronismo en la vida de la Nación fue una constante que influyó en las decisiones y definición del poder, incluso cuando estuvo en el llano donde perfeccionó su organización y espíritu combativo. Ello no significa que sus vientos hayan soplado siempre a favor de la paz social ni de la felicidad de su pueblo. Más allá de sus errores -que no fueron pocos-, es justo reconocer que con su principal oponente -el radicalismo-, fueron actores fundamentales en el advenimiento de esta incomprendida democracia, que soporta y resiste los excesos y abusos contra su propiedad. Aun con su problemática, la influencia peronista fue manifiesta, casi una presión inquebrantable que ejercieron los gremios aliados y las organizaciones de la juventud en las distintas formas y modos. No puede, por lo tanto, negarse el influjo y predominio en la definición del poder en tiempos del líder vivo, con una orientación. En cambio, el post peronismo con Perón muerto, se fue vaciando de sus principios y valores ideológicos y doctrinarios. Ya sin el manual, sin el conductor y sin el movimiento revolucionario, ha soportado un costoso proceso de despersonalización. Por ello, como ha sido natural en ese tipo de procesos históricos, su influencia en el escenario del poder ha sido disímil. Desde el gobierno no ha podido convocar a la unión nacional, cargando su trajinada espalda con culpas de una diáspora ineludible.
Este post peronismo, distante años luz del concebido por Perón, comienza a mostrar carencias en sus valores intrínsecos, apañados por una dirigencia política y gremial lejos en la praxis de su concepción filosófica. Un movimiento revolucionario no se articula en la nostalgia que reclama el aplauso por lo que fue, sino en la actualización permanente de sus principios y modos de acción.
En ese envejecimiento paulatino, ha trasladado a la política argentina su desnaturalizada vivencia. Con su fascinante prédica ya no le alcanza. Contrario a su propio ser, consuma el acto irreverente de un excesivo mercantilismo que roza un materialismo extremo. No es, por lo tanto, desatinado ubicar al peronismo nacido de esta simbiosis, tan lejos del economista y filósofo escocés Adam Smith, como del pensador socialista alemán Carlos Marx, o del conductor y político argentino Juan D. Perón. A 65 años de su nacimiento, en su propia cuna, se desdibuja su identidad.