Nuestra ciudad sigue creciendo sin parar, desde el terremoto de 1944, con diferentes etapas de ardua tarea de quienes impulsaron la reconstrucción para lograr la urbe moderna actual. Poco se pensó, tras el sismo, en los minusválidos, tampoco era la época en que se detenían en las necesidades primarias de movilidad e integración de un desvalido.

Lo cierto es que San Juan evolucionó, poblándose de edificios y viviendas que siguieron rigurosamente las normas sismorresistentes, pero en las últimas décadas ni los establecimientos educativos, ni otros edificios públicos, ni en la actividad privada se construyeron locales para facilitar el acceso y permanencia de discapacitados. Faltan aún rampas, ascensores, baños para quienes padecen distintas incapacidades y no pueden trasladarse, lo cual da lugar a una singular exclusión humana. Hasta las plazas carecen de paseos convenientes para que una silla de ruedas se deslice sin problemas o espacios verdes en los que practiquen deportes destinados, por ejemplo, a las olimpiadas especiales. Estos campeonatos congregan numerosos adherentes que gozan de particular de la alegría de cómo hacer feliz a alguien que padece algún impedimento de locomoción.

Las barreras arquitectónicas que impiden la integración plena de la sociedad deben derribarse para que una mínima sensibilidad se plasme en los diseños, de manera que los trazados de toda urbanización y puntos de encuentros puedan servir a todos. El acceso a los lugares donde la vida transcurre como algo sencillo y verdadero, rutinario, tiene que ser una vía directa tanto para seres a quienes el destino les brindó salud y dinamismo y a otros que les hizo más difícil pero no imposible todos los caminos.