
Por Carlos H. Quinteros
Periodista
Cuando DIARIO DE CUYO dio a conocer periodísticamente al mundo -aquel histórico 3 de junio de 1958- la existencia de Ischigualasto, uno de los más importantes reservorios paleontológicos hasta ahora registrado, al poco tiempo, también en misión periodística, estuve en el lugar. No hubo una vez, si no varias veces, de día y de noche incluso sobrevolando el valle.
Si bien científicamente ya era conocido, fue el maestro periodista Rogelio Diaz Costa el autor de la nota y quien lo bautizó como "Valle de la Luna". Por mi parte escribí varios textos de acuerdo a las sensaciones que recibía de tal impresionante paisaje. Recordé a Borges en su relato de ficción titulado "El Aleph" que vio la luz en la revista "Sur" de Victoria Ocampo.
"El Aleph", según lo describe el gran escritor, era una esfera de apenas 2 o 3 centímetros, pero ahí estaba el "espacio cósmico sin disminución de tamaños" y entonces despliega toda su genialidad y su talento inagotable para introducirnos en lo que vio "desde todos los puntos del universo". Borges contaba con un objeto pequeñísimo para transportarnos a ver esos "espejos del planeta" o "los populosos mares", por ejemplo.
En cambio yo tenía frente a mí hectáreas y hectáreas para mirar una obra con gigantes actores que fue, pero está; que pasó, pero que vuelve. Es así que en cada visita incorporaba textos sobre textos, además de los relatos de la gente de la zona. Todo lo vi subido a una loma, en pie de sueño, de asombros y al borde del delirio. Sentí el angustiante silencio, vi al viejo relincho celoso de sus hembras y tuve la alucinante visión de los siglos de los siglos; del fondo sin fin de los años más allá de lo imaginado más allá de todas las memorias. También imaginé el génesis, el origen, el dedo de Dios y lo que nunca olvidaré: la crispante vejez del tiempo. Eran millones y millones aletargados, petrificados como los dejó la espantada de los mares. Vi la tierra virgen, sensual, desnuda reclamando su espacio para ser fecundada; vi la muerte y la vida, el misterio y la luz; lo ignorado y lo revelado.
En plena catarsis vi a las ánimas y al arriero ilusionado por lo que le contaban los espíritus sobre petacas con monedas de lejanos oros. Vi el cogote del guanaco en las profundidades de las sierras; submarinos navegando remotos océanos; vi loros, tortugas, la Lámpara de Aladino de donde partían los genios del silencio, de las musas de la soledad.
Vi el reino de la luna acosando y acechando al valle inmóvil. Sin darme tregua vi los pacientes vientos escultores con su arte, que nos legaron para que nadie profane el sueño de los que allí vivieron, de los que echaron raíces, de los que permanecen en la eternidad de la piedra…
