Este domingo leemos en comunidad el Evangelio según San Juan 15, 1-8. “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Ustedes ya están limpios por las palabras que les he hablado; permanezcan en mí, y yo en ustedes.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecen en mí, y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que deseen, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán mis discípulos”.

Aquí Jesús se presenta con una imagen que era tradicional en la Biblia: la de la viña. Conocemos un canto de la viña en el profeta Isaías (c.5) que tiene unas constantes muy peculiares: la viña era el pueblo de Dios. Sabemos que la viña está compuesta de muchas cepas, pero la viña no ha dado fruto bueno y se debe arrancar. Ese es el canto de Isaías. ¿Lo arrancará Dios? Debemos decir que desde la teología joánica, la respuesta a ese canto es distinta; no es necesario que Dios la arranque: ahora Jesús se va a presentar como la clave sanante para que la viña produzca buenos frutos. Él se presenta como la vid, y todos los hombres como los sarmientos.

Pero escuchando su “palabra”, los sarmientos tendrán savia nueva, vida nueva, y entonces llevarán a cabo las obras del amor. Porque fuera de El, de sus mandamientos, no podemos permanecer. Jesús está convencido que permanecer en El es una garantía para dar frutos. El “permanecer” con El, el vivir de su palabra, de sus mandamientos, de su luz, de su vida, hará que la viña, el pueblo de Dios, vuelva de nuevo a ser el pueblo de la verdadera alianza. Los sarmientos se entrelazan con los logros y heridas de otros que se suman. 

Somos un pueblo que crece en la fe y la anuncia. Y lo hace en clave “sinodal”, o sea, caminando juntos, escuchándonos, discerniendo en comunidad. La sinodalidad no es volver a la Iglesia a un estado parlamentario. Es anunciar a Jesús vivo pero no como francotiradores, sino en sintonía fina, en clave comunitaria. 

Dar fruto significa que el cristiano ha de ser un buen ciudadano. Un buen empleado, un emprendedor responsable, un dirigente honesto. Como dio frutos Enrique Shaw, empresario argentino ya en proceso de beatificación, quien se preocupaba de la vida de sus 4.300 dependientes de “Rigolleau”, y que cuando estuvo enfermo recibió sangre donada por propia iniciativa de sus empleados. Entonces exclamó: “Estoy feliz porque en mis venas corre sangre obrera”. Eso es ejemplo, comunión y cercanía.

El Padre que es el Labrador, da vida a los espacios secos, recrea, abre nuevos horizontes, renueva utopías, da sentido. Su Gracia es abundante. ¿Te dejas llenar de la sabia de Dios?

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García