
Quienes tienen una guitarra no lo ignoran, aunque no sea una construida por él, porque él sembró una historia fértil sobre la guitarra. Sobre calle Maradona, detrás del Parque de Mayo está su taller artesanal desde toda la vida. Por allí desfilaron casi todos quienes tuvieron el deseo o la necesidad de pulsar cuerdas como aficionado y hasta los más grandes profesionales del medio y del país.
De España vino a llenarnos el corazón de duendes hechos con sus propias manos, extraña profesión esta de parir trinos para compartir con otros. Una guitarra es más o menos eso, un pretexto para decir los sentimientos en palpitaciones, porque es el instrumento que vive más cerca del corazón, apegado a sus latidos, como si uno se limara el alma a modo de una limpieza de dolores y desesperanzas, abrazando a una muchacha.
Don José Morales, quizá sin quererlo, nos fue iluminando las cosas a partir del quejido sentimental de mil guitarras sueltas por allí, hijos en los que siempre se vuelve, como magníficamente dijo Hamlet Lima Quintana en su "Zamba para no morir".
Recuerdo cuando niño que no era el único luthier en la provincia, ni lo es ahora a través de la posta que tomó su hijo. Evoco los famosos talleres de Martínez, del "recortado" Lucero, de Scalzoto, todos eximios fabricantes de este bello instrumento. Pero a mis manos llegó la primera guitarra con el sello de don José. Fabricaba para las casas musicales de la provincia y para gran parte del país. Aún conservo ese noble instrumento que sigue sonando cada vez con más nostalgias y sabores, como el hechizo de los vinos viejos. Luego de ella, que me acompañó en escenarios hasta la adolescencia, le compré una con caja de madera de caoba, tapa de pino abeto alemán, diapasón de ébano y entrastado de plata, verdadera joya que una nochecita, enamorado como estaba, dejé apoyada junto a la puerta de mi casa y me acosté a soñar amores. Ruego que a alguien le haya señalado el corazón como a mí, le haya servido de luz, de cobijo y confidente.
Don José Morales se retiró de ese noble afán de su vida, debido a un problema en su vista. El prestigioso taller que fundó pervive, porque es muy difícil desligarse de cosas tan queridas que rozan tan cerca. Su hijo dignamente le prolongó las ilusiones y las manos fundadoras, continuando su arte. Seguramente, en algunas noches ha de retornar a sus días prolíferos, con manos traslúcidas de duende, como cuando concebía retoños con forma de mujer y corazón de niño, y a lo mejor no llega a comprender cuánto bien hizo a los músicos, a los sensibles y hasta a los duros, a la gente en suma, con su aspiración de poner en las tardes de San Juan y el país un enjambre de melodías, como una jaula dulce con cintura de espiga y alma lustrosa, dispuesta a recoger pájaros, para que los que vengan no olviden jamás que acá hubo alguien que creyó en el aguante indoblegable de la música.
Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor intérprete