El ex tupamaro José Mujica asumió como presidente de Uruguay en una emotiva e histórica jornada. Florista en su juventud, guerrillero en la edad adulta y presidente en la vejez, este hombre de pueblo encara un nuevo reto en una vida que no ha sido tranquila.

Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo del matrimonio formado por Demetrio Mujica, de origen vasco, y Lucy Cordano, de ascendencia italiana, el nuevo gobernante quedó huérfano de padre muy pronto, por lo que tuvo que ayudar a su madre a cultivar flores y hortalizas. No llegó a concluir los estudios preparatorios de Derecho y se dedicó a vender flores en el mercado del Rincón del Cerro, el barrio obrero donde nació y donde se encuentra su granja.

Aunque comenzó su vida política en el conservador Partido Nacional, este autodidacta radicalizó su postura al ingresar en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana que cometió asaltos, asesinatos y secuestros antes y durante la dictadura militar uruguaya (1973-1985). Sus actividades con ese grupo, le costaron varios períodos de cárcel. En 1985, con el restablecimiento de la democracia, vuelve a ver la luz gracias a la amnistía para los guerrilleros y sorprende a todos con un mensaje conciliador. Funda el Movimiento de Participación Popular en 1989, un partido que se suma al bloque izquierdista Frente Amplio y que le permite llegar a ser diputado, senador y ministro de Agricultura de su predecesor en la Presidencia uruguaya, el socialista Tabaré Vázquez.

En su discurso presidencial no hubo referencias a Cuba, el faro revolucionario de aquellos jóvenes tupamaros que quisieron cambiar Uruguay y fueron derrotados por las Fuerzas Armadas. Sin embargo, ahora puso a Nueva Zelanda y Dinamarca como ejemplo por seguir. Su mensaje se centró en dos palabras claves: diálogo y estabilidad. Nada de resentimiento o términos que pudieran crear crispación. El ejemplo lo ha dado al día siguiente de asumir, dirigiéndose a las Fuerzas Armadas, a las que confesó que carga una "mochila", en alusión a su antigua etapa de guerrillero, pero que no pretende saldar cuentas del pasado desde el poder. Sus expresiones deberían servir para admirar la sabiduría de un gobernante simple pero para quien el tiempo fue un maestro del que aprendió la ineficacia de la confrontación y la riqueza de la conciliación: "No somos aficionados a vivir de la nostalgia ni de páginas amarillas, todos los días amanece y la vida se vive con coraje y hacia adelante".