"... Juego ideal para practicarlo de noche, porque la exploración era más dificultosa y por eso excitante...".


"Jugaremos en esta zona. El que sale de aquí pierde". Era el territorio del juego, que no podía ir más allá de lo que le era posible controlar a quien le tocaba "contar", que era simplemente eso: una cuenta con la cara contra la pared o un árbol, de espaldas al escenario de "las escondidas" y luego gritar: "¡salgo!" y comenzaba la búsqueda.


Juego ideal para practicarlo de noche, porque la exploración era más dificultosa y por eso excitante. Uno podía pasar junto a algún escondido y no advertirlo. O, si le tocaba ocultarse, hacerlo junto a alguna chica, inocente forma de encontrarse ante una situación apasionante. Y luego el grito de: "¡piedra libre!" de parte de quien llegaba primero al lugar del conteo.


Aún veo por ahí a algunos de mis amigos de la infancia. ¿Dónde estarán los otros? ¿En qué nochecita de algún verano transparente se habrán quedado mis juegos y mi ingenuidad? ¿En qué sitio la vida quizá los haya abandonado? ¿En qué escondrijito de la noche aún verde habrán encontrado el calor de la muchacha que los hizo feliz? ¿Por qué esquina del dolor habrán abandonado el juego de ser alguien y dejado a la intemperie sueños inconclusos? Así como el Lulo dejó la calle en horizonte trágico; así como el Pocho casi siempre me recordaba alguna aventura común en el barrio, detrás de la de trapo; el Cacho no se olvida del Barrio Rivadavia, donde seguramente fuimos dichosos gorriones de sol en los atardeceres amoratados; la Pirucha y María Teresa, sorprendentemente y gracias a Dios, están iguales; el "Gordo" se quedó en el Barrio desafiando la inestabilidad del hombre común, con su profesión de ginecólogo y luego partió a Córdoba, donde -me cuentan- estaría bien. Otros se han desparramado entre sus quimeras de vida y la ingratitud de la muerte. Como en las escondidas, cada uno en su guarida, cada uno en su juego.


A veces pienso qué habrá pasado por mi fantasía aquella nochecita cuando, en el medio del juego, me resultó imposible encontrarla y así desapareció de nuestras pocas cosas de niños, como devorada por un juego inocente o posiblemente utilizando un modo mágico o bello para dejar el barrio; tomó vuelo definitivo y nos dejó el árbol de la piedra libre desabrigado de pájaros y a mí el corazoncito en falsa escuadra. Hoy contaré hasta cien, apoyado en algún rincón de nuestra infancia y cuando abra los ojos seguramente seré un poquito más feliz.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete.