Cada vez que realizamos algún viaje surcando las rutas argentinas nos encontramos con altares de distintas índole, entre las cuales se destaca dos de ellos, el color rojo que distingue al Gauchito Gil, y también esas botellas de agua que se acumulan dando el altar a la Difunta Correa.

Si hay algo que distingue a los argentinos, es su fe, ese sentimiento de creencia ciega por aquel "’santito”, que seguramente cumplirá su milagro, su ruego o su necesidad. Estas reacciones humanas poseen una explicación social (ante la incapacidad de instituciones para cumplir o satisfacer las necesidades), son las devociones populares las que parecieran dar respuesta (por lo general si son populares su "’santidad” no proviene de la religión, sino que proviene del mismo pueblo que se lo otorga). Muchas son los relatos que cuentan sobre Deolinda Correa, sin embargo sus milagros han surcado no sólo a San Juan, o la Argentina sino que es reconocida como la devoción más importante de Sudamérica. Su santuario ubicado en Vallecito, departamento Caucete, es visitado por miles de fieles anualmente, no hay viajero que no pare para dar gracias o pedir.

En los últimos 10 o 15 años, una nueva devoción pareciera, destronar a la Difuntita, y éste es el Gauchito Gil, cuentan las leyendas que este gaucho del partido autonomista, oriundo de Corrientes robaba a los ricos para dárselo a los pobres, este hecho de un Robin Hood argentino, es algo muy valorado . Su santuario es visitado por miles de fieles que piden y cumplen las promesas por los milagros recibidos.

Pareciera que existe una disputa sobre la cuál de las dos devociones es más congregante. Si miramos por las rutas, veríamos que las banderas rojas y los altares del Guachito han llenado de color las rutas, sin embargo no hay casi elementos que identifiquen a la Difuntita.

Tal vez deberíamos preguntarnos, es el machismo del "’Gaucho” quien ha arrasado con la mujer que muere en el desierto, o el papel de bandolero "’bueno” establece una marca extremadamente positiva sobre otras devociones, estas son algunas puntas para entender el interrogante. En esta disputa debemos poner la mirada en los camioneros, que día a día transitan nuestras rutas. Ellos han quedado en una verdadera encrucijada: si bien son los principales devotos de la difuntita, también se han convertido en los principales devotos del gauchito. Tal vez se sientan identificados con la masculinidad del gaucho, y en su protección en el viaje cada vez que pasan por un altar del gaucho hacen sonar la bocina. ¿Tal vez la difuntita haya dejado de hacer sus milagros o el gauchito sea más milagroso? Estas preguntas seguramente nos harán pensar, entendiendo la importancia de nuestra identidad dada en las devociones.

(*) Cátedra Antropología- Dpto. Historia-FFHA- UNSJ.