Los hechos históricos como los grandes fastos de los pueblos deben ser considerados en el marco de tiempo y espacio que corresponde. No hacerlo diciendo la verdad, constituye no sólo una intencionalidad política interesada y una vacuidad intelectual. En algunos casos los grandes fastos se transforman sólo en relatos que pasado un tiempo se los cataloga como lo son: relatos interesados, que han tratado de ocultar a los verdaderos hacedores de la Historia. Eso ha ocurrido siempre y en todas partes. No se tiene en cuenta que hay que tomar todos los hechos ya sean positivos como negativos basados en fuentes confiables y tratados con el método apropiado, sólo así se reconstruye el pasado que constituye el patrimonio histórico de los pueblos y la identidad cultural.
En la Historia Antigua tenemos buenos ejemplos de lo que estamos diciendo: en Egipto en los años que gobernó la faraona Hatsepsut 1468-1460 aC sus sucesores trataron de borrar no sólo el gobierno de la misma sino también hasta su imagen y nombre. Hoy ha sido reconstruida por la Historia y sus Ciencias Auxiliares.
Pasando al presente vemos en la conmemoración de los grandes fastos de nuestra nacionalidad, que nombres y hechos trascendentes aveces son dejados de lado por la máxima autoridad política. Como en el último homenaje rendido en el aniversario de la Universidad de Córdoba, que tuvo su origen en 1610 en la mente de los Jesuitas, con la creación del Colegio Máximo y tres años más tarde con el Consistorio de San Javier que dejó constituida virtualmente esa casa de estudios, pese a que en 1622 el Papa Gregorio XV y el rey Felipe III elevaron oficialmente la Universidad a su categoría.
En el tratamiento de dejar en las sombras a la Orden de la Compañía de Jesús desde que se fundó, y luego del Motín de Esquilache, que es el detonante para que se produzca entre otras cosas, la expulsión de la Orden de todos los dominios españoles, además de quitarles todos los bienes que pasaron a llamarse "’Temporalidades”, se prohibió que se los nombrara y a ellos que hablaran. A pesar de esto hoy sabemos la Historia de la Orden y su contribución en todos los campos del conocimiento y las consecuencias de su expulsión debido a que se enseñaba en las aulas jesuíticas la doctrina del padre Suárez sobre la forma de gobierno, que no convenía.
La Universidad de Córdoba fue la expresión fehaciente de la cultura jesuítica colonial, fue como un faro y un propulsor de las más nobles disciplinas intelectuales. La Universidad forjó el cerebro de la mayoría de los pensadores de la Revolución de Mayo, según lo expresa muy bien el Dr. Enrique Martínez Paz. No reconocerlos hoy es ridículo, porque no se cambia la Historia con ignorarla o cambiando de lugar las estatuas.
(*) Miembro de Número de la Junta de Historia Eclesiástica Argentina.