Las noticias parecían emerger de una serie de las plataformas de streaming. 24 personas fallecidas, algunos de ellos murieron en las calles o en sus hogares sin atención médica, otras 80 personas intoxicadas. Mientras tanto, familias destrozadas que canalizaban su enojo contra las fuerzas de seguridad y el personal sanitario de hospitales. Equivocados, sí. Pero ¿quién se atreve a enjuiciarlos moralmente? Por lo pronto, dejamos sentado que la violencia nunca es respuesta. 

Ahora bien, el abandono del estado, no es inocuo. Con cierta irreverencia, me pregunto, siguiendo la lógica de Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695): ¿quién es más de culpar, la madre que en soledad reclama acompañamiento con ímpetu desbordado, o aquéllos que por sus funciones debieron acompañar y no estuvieron? Porque en situaciones de vulnerabilidad, el Estado ausente es una forma de violencia. Invisible, soterrada, pero violencia al fin. 

Una tragedia previsible

La crónica habla de consumo de cocaína envenenada. Algunas hipótesis lo atribuyen a negligencia en el corte, otros a una guerra narco en la lucha por ganar territorio. Todo tan surreal como previsible. Efectivamente, la previsión como capacidad de ver con anterioridad a que sucedan los hechos, fue la gran ausente en esta tragedia anunciada. Lo cierto es que hubo signos que la hacían previsible. Según la última Encuesta de la Deuda Social Argentina (2021) de la Universidad Católica Argentina, el 23% de los hogares en la "Argentina urbana" informó la presencia de venta y/o tráfico de drogas en el barrio en el que está ubicado. No menos llamativo debió resultarles el dato de la prevalencia significativa de venta y tráfico de drogas en el conurbano bonaerense (23%), otras grandes áreas metropolitanas (29%) y el resto urbano (27%). Pero el dato que debió encender las alarmas fue el aumento del consumo, narcomenudeo y narcotráfico en los sectores socialmente más vulnerables. El reporte de la UCA detallaba que el 41% de los hogares encuestados de sectores bajos marginales, percibían venta o tráfico de drogas en sus alrededores. "Puerta 8", el humilde asentamiento del partido Tres de Febrero (Buenos Aires) era previsible.

Siempre pensé que la previsibilidad es hija predilecta de la prudencia, madre de todas las virtudes. Sólo la persona prudente divisa en las señales del ahora lo que pueda acontecer en el mañana. Por eso se dice que la prudencia es la proa inteligente de nuestro ser. No atribuyo falta de conocimientos ni capacidad intelectual a nadie. Hablo de la carencia de empatía necesaria para ponerse en los zapatos del otro. Los resultados quedan a la vista. Funcionarios que no asumen la gravedad de lo ocurrido, ausencia de políticas de estado y una feroz interna entre ministros de la coalición gobernante que, vergonzosamente, dirimen en las redes. Mientras tanto, por la oscura ventana de la desolación, entre atónitas y enojadas, miran el dantesco espectáculo, las madres del dolor.

Lo que mostró la Puerta 8

Las adicciones son como la punta del iceberg. Analogía más que válida para referirnos no tanto a aquello que observamos, sino a todo lo que no vemos de esa masa de hielo sumergida en las aguas. La adicción es la consecuencia visible, las causas quedan ocultas. Bien decía Juan Pablo II que "la convicción de que nada tiene sentido y ese sentimiento trágico y desolado de ser caminantes desconocidos en un universo absurdo, es lo que empuja a jóvenes y adultos a la deletérea experiencia de la droga" (Homilía al Centro Italiano de Solidaridad -1980)

La Puerta 8 mostró el vacío existencial al que son arrojados quienes viven en la marginalidad, la pobreza y el hacinamiento. La falta de un proyecto de vida que los lance hacia un futuro mejor los lleva a la droga como forma de evasión. Una realidad sin perspectivas, es la cárcel de la que no pueden salir. Y no saldrán con campañas que promuevan un consumo cuidado. Ello requiere una decisión libre de la voluntad, que es precisamente la capacidad más afectada en la persona adicta. 
Claro que es más fácil quedarse mirando la punta del iceberg.