La famosa como tradicional máquina de escribir Remington usada durante varias décadas en el siglo pasado.


En letra cursiva se lee: Remington Rapid Riter. Creo que es del cuarenta y tantos. No recuerdo cómo llegó a mis manos la tradicional máquina de escribir. Me parece que la adquirí en un comercio de antigüedades, pero con el objetivo de servir a mis primeros pasos en la profesión. Está intacta y si el progreso no la hubiera suplantado podría seguir sirviendo perfectamente. Quizá por eso, con un sprite la doré como símbolo de días de oro, de aquellos primeros pasos escribiendo Señor Juez, y en los ocasos, cuando uno se pone especial y con destino de canción: Era una tarde como cualquier tarde; tibia de sombras te asomaste al río.


El tiempo la fue corriendo de a poco por una Olivetti Lexicon 80 que compré cero kilómetro, bastante más ágil; y luego vinieron aquellas eléctricas que parecían volar, pero las computadoras se encargaron de desairarlas y arrumbarlas en vértices tristones de la casa. 


Y así la digna Remington, cual carreta del Estudio, que una vez fue vedette o niña quinceañera, destejía de las cosas arrumbadas una respuesta a quien se encontraba fuera del país: Al leer tus líneas, compruebo que fuimos bastante amigos, pero han pasado tantos años que me costó contestarte, le confiaba descarnadamente a un compañero de básquet que desde lejos me diseñaba recuerdos. O decirle a mi madre ausente, sobre sus teclas tiritonas y sonoras: Volver después del tiempo del agobio y rendirse al refugio de tus manos. Colgar el corazón en las glicinas y llorar por llorar en tu regazo. Retornar con el tiempo de las uvas, cuando el sol se hace pájaro en los álamos. Subir a las mañanas de dulzura por el mate fecundo de tus manos.


Y garabatear a golpes emocionados en sus escalones redondeados como uvitas tempranas, el homenaje al querido músico sanjuanino Guillermo Puebla, cuando -lejos de su terruño- se nos fue entre lloros de tonadas y festejos de cuecas: Escuche, amigo: sé que nos va a dejar unos instantes, para que la ausencia pueda ser llorada a sus anchas por el junquillo que usted amó en sus serranías; que se va a dar una vuelta por la viñas y los vinos celestes, porque se quedó con ganas de su provincia.

Sobre un mueble que forzosamente debo enfrentar todos los días, concientemente ubiqué, para las evocaciones, la tierna insinuación de mi humilde Remington, hoy ataviada de novia dorada. Desde su mirada sonora, ve ella pasar carruajes de lluvias de antaño, cuando San Juan lagrimeaba alegría de carnavales en sus calles de albahaca; despide al tren Cuyano, que despaciosamente comienza a rechinar hacia el sur cargado de sueños y despedidas, florecido de pañuelitos húmedos; me acompaña en estas jornadas extrañas de un hoy fragante de desencuentros y utopías no resignadas. Me sigue, sé que me sigue. 

Por Dr. Raúl de La Torre
Abogado, escritor, compositor, intérprete