Termina hoy el pontificado de Benedicto XVI. El dato exacto es que desde las veinte horas de este jueves será declarada la Sede vacante, a fin de disponer todo para la elección del sucesor número 266 de San Pedro. Los tiempos no escapan a todo tipo de especulaciones acerca de cifras, de "bloques” entre cardenales, así como del perfil más conveniente del nuevo Papa ante los tiempos actuales.

Sin embargo, no debe olvidarse que hay un Papa que se va después de dar lo mejor de sí y que supo pedir disculpas por sus defectos. En su homilía del 24 de abril de 2005, al iniciar su ministerio apostólico decía: "Yo, débil servidor de Dios debo asumir esta tarea inaudita que realmente supera toda capacidad humana”. Ahora, ha quedado de relieve de una manera más nítida aún su humildad, desconcertando a los poderosos del mundo.

Había sido elegido a la sede pontificia el 19 de abril de 2005 a los 78 años de edad, convirtiéndose en el séptimo Papa alemán en la historia de la Iglesia. En sus casi ocho años de ministerio como Romano Pontífice, Benedicto XVI ha puesto en el centro a la fe. El Papa teólogo ha evidenciado en numerosas intervenciones la razonabilidad de la alegría de creer, ubicando la relación entre razón y fe como uno de los pilares de su magisterio. Intensa ha sido su preocupación por ahondar el diálogo con otras confesiones cristianas al igual que con judíos, islámicos, ortodoxos y no creyentes. Fue significativa su elección por el camino de la reconciliación con la Fraternidad San Pío X fundada por el arzobispo Marcel Lefebvre y de su cercanía con los fieles anglicanos.

Tres encíclicas, cuatro exhortaciones apostólicas post sinodales, viajes apostólicos en 21 países de todos los continentes y treinta visitas apostólicas a ciudades de Italia, no son una simple herencia sino la expresión de un hombre entregado en forma desinteresada al servicio de la Iglesia. Debió enfrentar con firmeza el drama de la pederastía y denunciar la hipocresía religiosa de aquellos cardenales, obispos y miembros del clero que han deformado el rostro de la Iglesia con sus faltas contra la unidad, sin superar los individualismos y la rivalidad.

En este día triste, los católicos sienten la desaparición a los ojos del mundo de un hombre de Dios que se oculta para orar, pero junto al mundo agradecen a este humilde trabajador que ha demostrado en su pontificado la grandeza de los humildes.