El drama de las adicciones es una de las realidades más apremiantes de nuestro tiempo. El término adicción se asocia generalmente al abuso de sustancias tóxicas, alucinógenos y psicofármacos. Sin embargo, son adicciones todas las dependencias o relaciones obsesivas con algún tipo de comportamiento u objeto. 


En este sentido, la adicción al sexo o hipersexualidad consiste en la incapacidad de control sobre el comportamiento sexual. Al adicto sexual le falta fuerza de voluntad para manejar su conducta compulsiva, lo que le lleva a una doble vida, siente vergüenza, dolor y odio a sí mismo. Puede que el adicto quiera parar, repetidas veces, pero no logra hacerlo. A pesar de haber intentado dominarse, ha logrado poco o ningún resultado positivo. 


La dependencia sexual puede implicar una variedad amplia de conductas. A veces un adicto tiene problemas con una sola conducta indeseada, a veces con varias. Puede que empezara con un apego a la masturbación, la pornografía o con una relación. El sexo se convierte en lo más importante en la vida del sujeto, dominando sus emociones, pensamientos y comportamientos. Esto impide llevar una vida digna, equilibrada y feliz.


Por tal razón, en varios países ya existen programas para el tratamiento de las adicciones sexuales, llamados "sexólicos anónimos". Estos grupos son una confraternidad de hombres y mujeres que comparten su experiencia, fuerza y esperanza unos con otros para poder superar la dependencia sexual y ayudar a otros a recuperarse también.


En estos casos, hay un uso obsesivo de la pornografía, la masturbación, la promiscuidad, el romanticismo, la prostitución, las fantasías, las relaciones de pareja, etc. 


Un caso de adicción a la lujuria muy extendido es la pornografía. La gran facilidad para acceder a material erótico y pornográfico por internet influye como factor desencadenante y mantenedor de la conducta. La pornografía deforma el concepto de sexualidad al mostrar una sexualidad degradada, que deforma la vida sexual del consumidor, al presentar al varón y a la mujer como objetos sexuales para la obtención de placer, vaciando la relación sexual del contenido de amor y donación que le es propio.


La pornografía es un incentivo para todo tipo de desorden sexual, alimentando las diferentes desviaciones sexuales o parafilias, como la masturbación compulsiva, el exhibicionismo, el voyeurismo (obsesión por la observación de desnudos o de actos sexuales), el sadismo o el masoquismo.


El instinto sexual descontrolado nunca dice basta, sino que siempre pide más, como el toxicómano reclama siempre dosis mayores. Es un vicio progresivo: varios estudios han demostrado que las personas que consumen pornografía desarrollan el deseo de ver material porno cada vez más perverso. A medida que el consumidor se habitúa, necesita mayor dosis para obtener el mismo placer: de pornografía soft a pornografía hard, con toda clase de perversiones sexuales. Se ha demostrado que el consumo de pornografía predispone a las personas a la comisión de delitos sexuales, haciendo al varón más agresivo respecto de la mujer. De allí a actitudes antisociales y violencias sexuales cuyas víctimas son personas reales, hay sólo un paso.



Ricardo Sánchez Recio, Orientador Familiar, Lic. en Bioquímica. Profesor y formador en ESI.