Los drones, aparatos aéreos no tripulados, han irrumpido en las más variadas actividades de la vida cotidiana en diferentes lugares del mundo, particularmente como auxiliares de la agricultura, la construcción, el comercio, la investigación y en el uso militar, además del pasatiempo. La tecnología ha brindado una herramienta de múltiples aplicaciones y hasta se están empleando en envíos domiciliarios. Pero estas aeronaves teledirigidas se desplazan en medio de una verdadera anarquía reglamentaria, al no existir normas y controles universales, como ocurre con todos los vuelos convencionales, en el tránsito carretero, o en la navegación marítima y fluvial.

Todavía no se han expedido las convenciones internacionales para establecer la utilización de los drones -salvo normativas locales- y las supervisiones a los operadores son escasas o nulas. Una prueba de ello se supo ayer, al revelarse que un avión de Air France estuvo a punto de impactar contra un dron cuando aterrizaba en el aeropuerto Charles de Gaulle de París, lo que abrió nuevamente el debate sobre la regulación de estos vehículos aéreos no tripulados. El hecho ocurrió el 19 de febrero pasado, según la Dirección General de la Aviación Civil de Francia, que aclaró que el dron no tenía autorización para volar sobre la terminal aérea.

El incidente ha sido calificado de grave, porque estuvo de por medio la vida de más de un centenar de personas, cuando el dron pasó a unos cinco metros por debajo del ala izquierda del A320 obligando al comandante a hacer una maniobra evasiva. El problema se agrava porque muchos radares no pueden detectar objetos en vuelo de tamaño reducido y, si los descubren, es difícil encontrar algún responsable.