En lo que se considera un paso histórico de la Iglesia Católica, para superar una ruptura de más de 475 años con los anglicanos, Benedicto XVI aprobó el martes último una Constitución Apostólica que admite el retorno en bloque de fieles y sacerdotes de esa confesión cristiana.
Este gesto inesperado del papa marca uno de los hechos más trascendentes del Vaticano en los últimos cinco siglos, ya que va a permitir que medio millón de anglicanos tradicionalistas vuelven al seno de la Iglesia, después de que el rey Enrique VIII respondiera a la negativa del Papa Clemente VII de anular su matrimonio con Catalina de Aragón, promoviéndose a jefe de la Iglesia de Inglaterra y rompiendo con Roma en 1534.
La decisión vaticana también es oportuna, ya que se conoció en momentos en que la Iglesia Anglicana está al borde de un cisma a raíz de la decisión de permitir la ordenación de obispos mujeres y de sacerdotes homosexuales en Estados Unidos y Canadá. Si bien los anglicanos siempre pudieron volver, a título individual a la Iglesia de Roma, tal como ocurrió con John Henry Newman, el famoso anglicano que se convirtió al catolicismo y luego fue cardenal, que será beatificado en 2010, ahora se trata de una acogida masiva.
La diplomacia y generosidad del papado pragmático de Benedicto XVI, se observa en esta apertura con las concesiones a los curas anglicanos casados, que son la mayoría. Ahora, podrán ser ordenados sacerdotes católicos, más allá de la obligación del celibato impuesta por la Iglesia de Roma, en tanto los obispos anglicanos casados que se conviertan al catolicismo, serán reubicados en la categoría de sacerdotes rasos, ya que en la nueva Constitución Apostólica sólo los obispos que son célibes continuarán manteniendo ese cargo. Además, los anglicanos que abracen el catolicismo podrán elegir a los encargados de supervisar sus propias comunidades, que estarán autorizadas a conservar algunas de sus tradiciones.
La respuesta de los anglicanos a esta nueva estructura canónica ha sido inmediata y amplia, porque los fieles, sacerdotes y obispos que se convertirán al catolicismo conservarán elementos de su específico patrimonio espiritual y litúrgico. Y la Iglesia ampliará su proyección evangelizadora, haciendo realidad los postulados del Concilio Vaticano II (1962-1965) de trabajar intensamente por el reencuentro ecuménico.