"Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa” (Jn 10,27-30).
Hoy se celebra la 50 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, en este cuarto domingo de Pascua. Antes de formalizar su renuncia, Benedicto XVI había escrito el Mensaje para esta ocasión, titulado: "Las vocaciones signo de la esperanza fundada sobre la fe”, que se inscribe perfectamente en el contexto del Año de la Fe y en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El siervo de Dios Pablo VI, durante la Asamblea conciliar, instituyó esta Jornada de invocación unánime a Dios Padre para que continúe enviando obreros a su Iglesia (cf. Mt 9,38). "El problema del número suficiente de sacerdotes -subrayó entonces el Pontífice- afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio” (Pablo VI, Radiomensaje, 11 abril 1964).
La densidad teológica del breve pasaje evangélico que se proclama hoy en la Misa nos ayuda a percibir mejor el sentido y el valor del sacramento del Orden Sagrado. Jesús habla de sí como del buen Pastor que da la vida eterna a sus ovejas (cf. Jn 10, 28). La imagen del pastor está muy arraigada en el Antiguo Testamento y es muy utilizada en la tradición cristiana. Los profetas atribuyen el título de "pastor de Israel” al futuro descendiente de David; por tanto, posee una indudable importancia mesiánica (cf. Ez 34, 23). Jesús es el verdadero pastor de Israel porque es el Hijo del hombre, que quiso compartir la condición de los seres humanos para darles la vida nueva y conducirlos a la salvación. Al término "pastor” el evangelista añade significativamente el adjetivo griego "kalós”: hermoso, que utiliza únicamente con referencia a Jesús y a su misión. También en el relato de las bodas de Caná el adjetivo "kalós” se emplea dos veces aplicado al vino ofrecido por Jesús, y es fácil ver en él el símbolo del vino "bueno” de los tiempos mesiánicos (cf. Jn 2, 10). "Yo les doy a mis ovejas la vida eterna y no perecerán jamás” (Jn 10, 28). Así afirma Jesús, que poco antes había dicho: "El buen pastor da su vida por las ovejas” (cf. Jn 10, 11). San Juan utiliza el verbo "’tithénai”: ofrecer, que repite en los versículos siguientes (15, 17 y 18); encontramos este mismo verbo en el relato de la última Cena, cuando Jesús "se quitó” sus vestidos y después los "volvió a tomar” (cf. Jn 13, 4. 12). Está claro que de este modo se quiere afirmar que el Redentor dispone con absoluta libertad de su vida, de manera que puede darla y luego recobrarla libremente. Cristo es el verdadero buen Pastor que dio su vida por las ovejas, por nosotros, inmolándose en la cruz. Conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a él, como el Padre lo conoce y él conoce al Padre (cf. Jn 10, 14-15).
No se trata de mero conocimiento intelectual, sino de una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse; un conocimiento de amor, en virtud del cual el Pastor invita a los suyos a seguirlo, y que se manifiesta plenamente en el don que les hace de la vida eterna (cf. Jn 10, 27-28).
La Iglesia antigua encontró en la escultura de su tiempo la figura del pastor que lleva una oveja sobre sus hombros. Quizá esas imágenes formen parte del sueño idílico de la vida campestre, que había fascinado a la sociedad de entonces. Pero para los cristianos esta figura se ha transformado con toda naturalidad en la imagen de Aquel que ha salido en busca de la oveja perdida, la humanidad; en la imagen de Aquel que nos sigue hasta nuestros desiertos y nuestras confusiones. El desafío actual en la Iglesia y que nos invita a asumir el Papa Francisco, es el de ser pastores que incluyan salvando en vez de alejar condenando, dejando de lado el "clericalismo de mercado”, aprendiendo a gastarnos y deshilacharnos en un generoso servicio que no espere recompensas humanas. Ahí está la belleza del Pastor auténtico: en un corazón que no conoce cansancio, que sólo goza en la dulce y confortadora alegría de evangelizar.