Dónde andarán esos fantasmas de luna menguante que antes se tuteaban con los sueños y encendían navidades aquí cerquita, pegadito a mi casa; gritos de júbilo, palabras sencillas, pasos extinguidos, pura vida en retirada ha quedado flotando en la casa vacía. El yuyal (como en el tango) crece en forma de telarañas y ya está alcanzando con sus manos destrozadas la melancolía de morados ocasos que nos miran desde el oeste con resignación o con muerte.

"Mi enredadera crece hacia afuera y se desploma por la pared que nos une a la casa deshabitada...''


Recostada sobre la pared de mi casa, para no caerse de pena, la morada ve crecer a golpazos, minuto a minuto, ese gris inexplicable de la soledad. En la acera, una procesión de hormigas confundidas va y viene en un ritual que -pareciera- las conduce a tomar la residencia desierta. Cada vez que paso frente a ella, no puedo evitar mirar a través de sus ventanales, como buscando esa danza de siluetas desencontradas que es el pasado reciente que esconde. Es posible que permanentemente el pulso de gente que la pobló durante una vida, hoy -sospecho- que de vez en cuando pasa por aquí y lagrimea.


Mi enredadera crece hacia afuera y se desploma por la pared que nos une a la casa deshabitada, como buscándole el corazón a sus otrora habitantes, desplomando un rocío de flores lila en homenaje. Donde hubo vida debe haber duendes que sustenten la nostalgia, tomen en brazos hijos recién nacidos, alcen copas de cumpleaños que ya no son de aquí, guarden en roperos de sombras vestidos de novia y mañanitas de la abuela, se hamaquen en el perfume de frutales cada vez más envejecidos por la ausencia, golpeen puertas, salpiquen pasos, extrañen las lunas de abril.


Cuando llega la noche, la soledad está más sola. Y ni siquiera le aportan vida los jotes que la van armando acurrucados en rincones, mientras la luz del farol callejero no puede alumbrar a nadie ni esperar que la vecinita salga a cerrar el portón que hoy muestra lloroso la prisión de una cadena. Todo se ha empecinado en la nada. Un perro de otro barrio pasa sin mirar. Un perro de la cuadra marca el territorio donde -sospecha- nadie vendrá a disputárselo; pero igual le deja su impronta de pura calle y vecindario herido, de vereda chueca o desencuadrada. El cachivachero, que hoy también junta cartones de dignidad, pasa de largo, pero no puede evitar el reojo hacia ese desierto armado con paredes muertas y ventanas para que el sol entre llorando, en medio de un barrio que allí ha perdido un montón de historias. Alguien pasa silbando ausencias ¿Qué otra canción corresponde a una casa vacía?