Esa casa ya no está, que es una forma de decir ...el color de las ternuras caídas, el sabor de las empanadas de mi abuela,... y, sobre todo, el murmullo frutal de las Navidades. 

Una tarde del "44 la tierra se tropezó en su furia e hizo añicos sueños, hogares y madreselvas. Allí no más, Santa Fe casi Salta, la humilde casa de un foguista del ferrocarril San Martín cayó de ese cielo en que una familia la sustentaba, y en el aire enrarecido de aquel enero se unió al coro de lamentos y polvo, crujidos y espanto.


Mi abuelo llegó al ferrocarril San Martín con sus brazos de 14 años preparados para el fuego y la esperanza, con sus poquitos años no se dejó vencer. Seguramente habrá llorado, pero en algún rincón (un gladiador no puede permitirse pánico, ni divulgar lágrimas). Entonces, sobre ruinas y ausencias, se puso a levantar su hogar caído, él que no era albañil, pero sus brazos estaban a punto para la lucha. Pacientemente, orfebre sobre miserias y silencios, seguramente masticando el dolor de las cosas en cataclismo, edificó en el centro del terreno un nuevo hogar con su sello: ventanitas pequeñas, un discreto ámbito central para las reuniones familiares, una piecita para sus herramientas, otras para mis tíos Pento y Aída, su dormitorio, una cocina mirando a la calle, un bañito y casi nada más. 


Hasta allí llego frecuentemente en el sendero de mis sueños. Entro por el largo pasillo de mosaicos blancos y negros en rombo. El jazminero me susurra un piropo de azahar y la madreselva un beso. Al fondo, sentada a la pobre mesita que construyera mi abuelo, está mi abuela Delia pertrechada de cielo en sus ojos azules. Su sonrisa nos pertenece, su dulzura nos protege, el amor se ha sentado a su mesa. 


Esa casa ya no está, que es una forma de decir (¿quién puede quitarla de mi memoria y mis sueños?) y todavía no sé si un día de estos no la alojo en las inmediaciones de Santa Fe y Salta, como un capricho o acto de amor y desde ese mirador de ilusiones recupero el color de las ternuras caídas, el sabor de las empanadas de mi abuela, el brillo de los ojos de mi abuelo cuando me recibí y, sobre todo, el murmullo frutal de las Navidades. 


Por todo esto, una vez hice un poema: "Sobre la calle Santa Fe, /a metros de la estación ya apagada, /pegadita a nuestra infancia, / la casa de mis abuelos se enredó en nuestra vida./ Sobre calle Santa Fe,/ una imponente ausencia la despide de nuestros ojos; /pero está en esos sueños donde deambulo niño, /donde veo a mis padres entrar por la misma puerta /de aquel ancho corazón sin miramientos, /donde mi abuelo se imponía a puro corazón, /y mi abuela nos concedía cielo desde sus ojos traslúcidos./ La topadora fue implacable con la casa, /pero se hizo añicos contra nuestra memoria''.