Y a manera de evocación, este axioma del poeta nicaragüense, representante del modernismo literario en lengua española y gran admirador de la obra cervantina, que pienso que a todas horas deberíamos meditar, cuando menos por su capacidad de sustento en este mundo de desamores, puesto que supedita la ciencia de vivir al arte de amar.
En efecto, cuando el amor da sentido a tu vida todo es más humano, más fraterno, lo que nos hace abrirnos a una dimensión más amplia que la materia, si quieren más poética, o sea de respeto por las personas, venciendo la codicia de poder, de posesión, de dinero, a ser honestos y sinceros en nuestras relaciones con los demás.
Ciertamente esto es un arte, el arte de amar el verdadero amor, lo que significa ser fieles a nosotros mismos, a nuestra naturaleza más nívea; y, de este modo, caminar liberados de miserias hacia la auténtica libertad, pues como decía el ínclito autor de la obra, el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha: ‘la libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida”. De ahí, que la verdadera autonomía no sea seguir nuestro egoísmo, nuestras pasiones, sino la de querer tomar aquello que es un bien en cada situación.
Quizás tengamos que redescubrirnos cada aurora como las gentes de verbo, cautivadas por la exploración de la palabra; de una dicción cuyo naciente está en los latidos, en la vía láctea de nuestra morada interior, en la ciencia de la hondura por vivir ‘con esa antorcha del pensamiento” que Rubén Darío injertaba con entusiasmo en sus libros, y que ofrecía como alimento a las gentes, con una indiscutible impronta novelesca sobre su propio quehacer cotidiano.
Desde luego, un convencimiento profundo anima a estos dos iluminados, que son Cervantes y Darío, empeñados en elevar trascendiendo el culto a la cultura como cultivo de fraternización. Precisamente, en una crónica del periódico La Nación de Buenos Aires, de 9 de abril de 1905, encontrándose el inventor del modernismo en Tierra de Don Quijote (Argamasilla de Alba) escribía, sobre los diversos ensueños, como puede ser la dulzura de una tarde o el canto de un labriego en la soledad del campo, o descifrando el reloj de la vecina iglesia que a través del tiempo inventaba el sueño, tal vez la llama de su vida. Bien es verdad que el inolvidable Rubén tenía la sana costumbre de aborrecer la bocas que predicen desgracias eternas, o que predican adversidades, haciéndolo de manera misteriosa como queriendo restablecer lo armónico por los caminos del ser humano.
Después de haber vivido demasiado hay una gran nostalgia por el retorno a la sencillez, a la transparencia, a mirar hacia atrás, con cierta angustia de cantos de vida y esperanza, bajo el aliento de una tranquilidad de mar y cielo. Al fin y al cabo, ‘el Arte es el glorioso vencedor. Es el Arte/ el que vence el espacio y el tiempo…” Por eso, las gentes de profundo decir, como Darío o Cervantes, en todo momento se sienten movidos a mirar hacia sí mismo y hacia toda la creación; contemplando el arte creador, o creativo, como un abecedario más invisible, más del alma, donde no se pone únicamente la acción, también la estética de la mente, el espíritu que da fundamento y vida.