Los últimos casos de violencia han impactado fuertemente en la opinión pública. Los actos violentos seguidos de muerte son expresión de la agresividad y desconsideración hacia el valor de la vida que predomina en la sociedad y también en la escuela.

El caso de un profesor que debió abandonar la escuela en que trabajaba, en el partido de Luján, porque un alumno lo amenazó de muerte, y no fue sancionado, es el último ejemplo de una violencia escolar que preocupa a las autoridades educativas bonaerenses. Los incidentes de agresividad en aulas, patios y pasillos se repiten. Cada quince días de clases aparece un arma de fuego en una escuela de la provincia de Buenos Aires. La misma cultura que ha logrado alargar casi medio siglo la expectativa de vida del hombre, pone en manos de sus niños y jóvenes instrumentos letales, mientras asegura por acción u omisión que sean usados por ellos.

De hecho, la conducta adolescente a menudo desnuda con gran precisión los conflictos con los que cada sociedad está luchando y aún aquellos que intenta suprimir y ocultar. Los adolescentes desenmascaran crisis sociales que rehusamos reconocer. Se trata de un espejo que refleja rincones oscuros de la convivencia comunitaria y hace que estallen en el interior de una cultura que tanto los provoca como los ignora. En esta etapa de la vida, los jóvenes tienden a desafiar antiguas reglas y a enfrentar nuevos riesgos jugando al filo de los límites. Los adolescentes tratan activamente de conformar un espacio propio y, no obstante, diversas investigaciones revelan que siguen valorando en gran medida la orientación de sus padres y maestros.

Estos hallazgos destacan la importante responsabilidad legal y ética de los adultos en todo aquello que acontece a los jóvenes. El interrogante clave quizá no sea tanto a qué edad de la niñez o la adolescencia los menores comienzan a ser imputables, sino cuál es la edad límite de los niños en la que los adultos dan por concluida su responsabilidad. El último informe de la Universidad Católica Argentina sobre "Factores que influyen en la delincuencia y disparan el sentimiento de inseguridad o miedo a ser víctima de un delito'' demuestra que la delincuencia y la sensación de inseguridad registraron un crecimiento sistemático entre 2004 y 2010.

Esta es la realidad, y no sensación, de una sociedad que retrasa la prevención social que permita reconstruir la trama comunitaria de sostén y sentido solidario para la conducta de los jóvenes.