Piénsame como en la fotografía:/ con mi perfil rondando tu apellido/ Brizna desmemoriada que ha crecido/ al lado de tu voz, amiga mía.// Yo soy aquella fiebre de papeles/ que por los corredores de la escuela/ admiraba tu mundo de acuarela/ y la política de tus pinceles.// Soy el antaño de tu mediodía/ y aquel afán donde te reconoces;/ quien buscaba tu voz entre las voces/ y quien tanto lloró porque sufrías.// Mi corazón en todo te comprende/ -desde su cerradura o con su llave- / pero perdónalo porque no sabe/ en donde acabas tú y empieza el duende.../

Manuelita, enjugó su última lágrima y una ronda infantil se calló de pronto... por decreto mismo de la vida María Elena Walsh dejó este mundo y con ella se fue la gran poeta argentina, la dramaturga, la escritora, la narradora que hizo vivir a

muchos niños su fantasía propia. Tal vez se detuvo "en la sombra transparente que cielos pastorales derramaban"; mientras la soledad seguramente la hirió con su horizonte al volar hacia el infinito.

"Quizás huyó definitivamente su voz de todos los espejos y dijo con el lenguaje del silencio lo que decir no pueden las palabras".

Hoy su savia nutrirá la tierra que le seguirá nombrando y donde se multiplicará en las voces que no buscarán el olvido. Muchos textos pueden elegirse para despedir con un hasta siempre; de la rutinaria existencia a María Elena Walsh, pensadora, creativa, Sol que iluminó muchos senderos.

He elegido "Otoño Imperdonable", una de sus obras editada en 1947 y por la que recibió el aplauso unánime de Neruda, Juana Ibarbouru, Ezequiel Martínez, Estrada, entre otros.

Ahí brotaban con esplendor sus utopías y ahí se encontraba con el centro de si misma.

Habría una ruta que nunca fue fácil y que la hizo elegir a los niños como sus destinatarios predilectos, sin olvidar a los jóvenes y a los adultos en quienes sembró su ideario a veces transformado en cruda ideología. Así perduró casi intacta con su corazón embellecido en muchas generaciones argentinas dejando su palabra de ardoroso asombro. No hay adiós para los que perduran en el arte porque viven en sus obras que deben ser analizadas con el germen vivificante de quien fructificó su vida en un trabajo infatigable hasta un final donde siempre habrá puntos suspensivos.