Luego de semanas de entredichos y recelos entre demócratas y republicanos, el Congreso de los Estados Unidos aprobó el miércoles pasado un acuerdo de último minuto para poner fin a una parálisis parcial de la administración de Barack Obama y evitar que la mayor economía del mundo cayera en una histórica cesación de pagos, con un desastre financiero de repercusión global.

A pesar de que el desenlace es un triunfo político del Presidente ante la tenaz oposición, al no ceder a las pretensiones de condicionar la ley de salud a cambio de destrabar el pleito parlamentario, se trata de una solución temporal que no resuelve los temas fundamentales de gasto y déficit que dividen a republicanos y demócratas. La norma, promulgada de inmediato por Obama, otorga financiamiento al Gobierno hasta el 15 de enero y eleva el techo de endeudamiento hasta el 7 de febrero, por lo que se podría enfrentar a otra parálisis gubernamental a principios de 2014.

Lejos de circunscribirse a una disfunción política doméstica, este problema financiero ha preocupado tanto a los aliados estratégicos de Estados Unidos como a los principales acreedores, caso de China, el mayor tenedor extranjero de deuda estadounidense, y despertó también interrogantes sobre el impacto de esta crisis en el prestigio del país del Norte. Es que votar una ley para elevar el techo de endeudamiento de EEUU de 16,7 billones de dólares, implica un giro para evitar una potencial catástrofe de consecuencias incalculables.

Pero lo grave es el trasfondo político en una de las más sólidas democracias del mundo, que no difiere en esencia de las vergonzosas posiciones de nuestra politiquería criolla, cuando la oposición se opone a cualquier cosa por el solo hecho de estar en la vereda de enfrente, sin importar el bien común. La reacción de Obama, en su primera conferencia de prensa luego de la crisis, fue contundente: "¿No les gusta una política particular o un presidente en particular? Entonces expongan su posición, ganen una elección, pero no rompan el gobierno”, dijo el mandatario. Y recordó a los republicanos que "han provocado un daño innecesario a nuestra economía”, a la vez de exhortarlos a unirse para aprobar un presupuesto de largo plazo y dejar de lado sus diferencias que amenazan el bolsillo y la credibilidad ante los estadounidenses.

Sin embargo, los duros del Tea Party, lejos del fracaso y la humillación, mantenían el fanatismo de una experiencia mística y se mostraban dispuestos a volver a hacerlo, a pesar de la pérdida de consenso ciudadano.