El presente siglo se presenta como el espacio de los desafíos transformadores de la Educación para los próximos tiempos, basados en el principio dinámico de la culturalización de la Educación. Todo el marco jurídico-normativo que implante un Sistema Educativo no marcará, éste, un rumbo de logros y objetivos sino define qué debe brindar la Educación a la población estudiantil y al mundo del trabajo.
La intelectualización de considerandos genera un status híbrido a los conceptos justificativos de las normas. Pero una contextualización de parámetros tales como la escuela, el no de diseños curriculares adelantados al desarrollo tecnológico, el alumno como sujeto activo de su culturalización educativa adquiriendo una metacognición basados en los requerimientos de una sociedad siglo XXI y desarrollando colaborativamente el pensamiento crítico como raíz del creativo, apuntalar sus capacidades resolutivas de dificultades y desafíos desde la comunicación y la tecnología como herramientas subjetivas donde el axioma: "la curiosidad y la duda van de la mano para comprender una idea, visualizar un problema y llegar a la conclusión que el aprendizaje innovador es el resultado de la construcción de la Educación de avanzada.+
Nadie discute que la escuela es el ámbito articulador entre el deseo que la formación educativa sea superadora, y donde hoy está ausente el valor agregado sea su calidad y donde la realidad irrefutable del contexto socio-cultural-político que señala un rumbo equivocado y errático de quienes asumen la autoridad pública de ser la guía política de un sistema que suma fracasos en el orden interno y externo. El engaño sistemático, el marketing político, los discursos altisonantes vacíos de contenidos van desdibujando con durísimos resultados al Estado-nación por la falta de formación académica, por la ausencia de una capacitación que el universo del trabajo no exige, sino que requiere como condición básica para el acceso a un puesto de trabajo que evoluciona desde la mano del desarrollo cultural-tecnológico.
Todo gran cambio es promovido desde una sana raíz revolucionaria que involucre a todos los actores sociales con un liderazgo capaz de interpretar que el futuro superador está en la Educación que reciban sus hijos en las próximas generaciones. Pero en nuestra conciencia cultural colectiva aún hay resabios que el mesianismo en todas sus formas, nos alivia de las cargas de asumir protagonismo, esfuerzo y compromiso público en aras de sembrar aquellas semillas cuyos frutos naturales sea el desafío permanente de cada mañana de plantearnos la necesidad de ser mejores por nuestra Educación y nuestros valores.
Podemos hablar de proyectos, de nuevas leyes, de metas medibles a corto plazo para observar el resultado del accionar de quienes gestionan a la Educación como un aspecto social que no tiene relevancia en la agenda política, sino hasta que los tiempos electorales así lo dispongan. Pero hasta que no asumamos la ineludible responsabilidad ciudadana de reconocer que la Educación es el verdadero capital del pueblo y que los logros por ella obtenidos nos miden hasta dónde fuimos capaces de transformarla en un bien esencial, más allá de cualquier connotación política.
(*) Pedagogo.