En las grandes urbes del mundo se forja en la población la cultura de la conservación e higiene del medio ambiente.

Así sucede en Alemania, Suiza, entre otros, donde desde muy pequeños se inculca en el hogar y en el tránsito cotidiano el respeto a las normas de mantener un hábitat saludable que muestre la mejor imagen al mundo.

Desde antaño San Juan fue modelo de orden y se destacó por el brillo de sus veredas. Poco a poco con el correr del tiempo y las nuevas generaciones, con otras costumbres más acordes al vertiginoso ritmo del siglo XXI, se fueron perdiendo algunas sanas tradiciones, acrecentando otras que hacen fracasar cualquier política gubernamental para mantener los espacios en condiciones.

Desde el vasito tímido y arrugado que alguna vez contuvo algo refrescante hasta una singularidad de papeles de diferentes tamaños, texturas y colores, sin olvidar las hojas que arrastra despiadado el viento, la ciudad a veces se torna intransitable.

Esto va en desmedro de la proyección provincial positiva tanto para residentes como para forasteros, porque le da una estampa lugareña donde la suciedad provoca un clima humano poco favorable.

Aprender a mirar la ciudad desde el cuidado cotidiano nunca inútil; desde las pequeñas acciones hasta los grandes emprendimientos de voluntarios, grupos de ciudadanos con iniciativas propias, organizaciones no gubernamentales, debe ser una premisa a tener en cuenta.

Los planes públicos ambientales tienen que ser acompañados por el pueblo y el "soberano”, palabra muy de moda en boca de los gobernantes, no debe resistirse al cambio porque la vida es en fin orden, disciplina, conducta, principios que nos hacen bien a todos y que deben formar parte también de la mística popular.