La oposición aprobó en Diputados la reforma del INDEC, un proyecto que intenta corregir la distorsión de los índices, aunque ahora deberá superar la segunda revisión en el Senado, un ámbito donde el oficialismo logró rechazar proyectos de trascendencia ya aprobados en Diputados: los superpoderes, la modificación del Consejo de la Magistratura y las reformas del régimen de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU). Ahora la reforma del INDEC la dirigirá el gobierno con el asesoramiento del FMI.

La ciudadanía ve frustrado casi todas las iniciativas a causa de las divisiones internas y los individualismos exacerbados. Es la transición incumplida hacia la democracia lo que denuncia la insatisfacción de un electorado y no su inviabilidad como sistema político. No son las personalidades fuertes las que irritan a la gente sino las instituciones débiles. Los opositores no brindan signos de fortaleza ni demuestran aptitud para la interdependencia; sólo generan desconfianza y perplejidad. Los valores que invocan no reflejan acentos personales ni aparecen suficientemente enhebrados con los recaudos que se tomarán para darle el respaldo que requieren. La oposición es una masa indeferenciada que realiza declaraciones de propósito y casi siempre aunan esfuerzos solo para obstaculizar la acción de gobierno. La gente quiere que, además, se elaboren planes concretos y sustentables para cada problema y que se le diga cómo pondrán a salvo el cumplimiento de sus programas de las asechanzas que previsiblemente se empeñarán en frustrarlos.

La dirigencia piensa poco en los jóvenes que no son sólo el futuro de la patria sino su presente y están persuadidos que los sectores vulnerables y marginados son los que más sufren la falta de instituciones, y que contar con instituciones significa aportar soluciones a lo público que puedan sostenerse en el tiempo. Están cansados de ver administrar la pobreza, la ignorancia y el delito. Y hartos de prácticas conservadoras camufladas de progresismo; de dirigentes espectrales y despóticos, de transgresiones impunes y palabras sin sustancia. La hora actual requiere de una dirigencia política que en vez de llamar traidores a los adversarios acreciente la madurez creíble para convivir sin destruirse e incluyendo a todos en la civilización del diálogo y de las respuestas eficaces propias de grandeza cívica que busque el bien común.