El "New of the World”, el semanario sensacionalista británico, propiedad del magnate Rupert Murdoch cerró, envuelto en el escándalo generado por múltiples espionaje e intercepciones que afectaron a 4.000 personas, y donde no hubo excepciones: desde las familias de los soldados británicos caídos en Afganistán hasta la reina Isabel, el abogado de Lady Diana o el príncipe Guillermo; desde las actrices más famosas hasta funcionarios de gobierno y hombres de negocios. Con el titular de la última publicación aparecida el domingo pasado "Gracias y adiós”, termina así, en medio de una vergüenza sin límites, el semanario en lengua inglesa más leído en el mundo con sus 3,5 millones de ejemplares. Ahora la Cámara de los Lores reclama se convoque a una comisión parlamentaria para que investigue el caso.

La historia narra que un periodista del diario "Times”, en una época en que ejerció una poderosa influencia, perseguía a Arturo Wellesley, duque de Wellington que derrotó a Napoleón en Waterloo, molestando repetidamente y amenazando de divulgar sobre este periódico, que también los reyes leían, algunos hechos extra conyugales del duque. Éste, consciente de que la libertad de prensa era un derecho irrenunciable para una nación democrática, se limitó a afirmar: "Publíquenlo, sin problemas”. Ha pasado mucho tiempo y el espectáculo ofrecido hoy es desolador.

Las consecuencias no han concluido y lleva a una reflexión sobre los límites que el periodismo, la televisión y los nuevos medios de comunicación deberían observar. La noticia requiere respetar un fundamento ético imprescindible, sobre todo cuando proviene de escuchas, como era habitual en la publicación dominical de Murdoch. Pero no sorprende la decisión del magnate australiano, cuyo interés primario fue sobre todo económico. Hay que pensar en la calculada desenvoltura con que ha pasado de los laboristas a los conservadores; del lado de Tony Blair y luego con el actual primer ministro, David Cameron.

Habrá que preguntarse si no hay que repensar esta profesión. Habrá que restituirle la dignidad, que no significa en modo alguno censurar, esconder las noticias o evitar molestar al poder, pero no se puede pensar que la razón que fundamente un titulo escandaloso o un artículo, sea resultado de espionajes que no respetan la intimidad de los demás.