La semana pasada España sintió un fuerte remezón, sobre todo en el corazón folclórico que habita en la profundidad de su devenir histórico. Dos grandes personajes públicos que fueron protagonistas esenciales de las portadas de todos los medios de comunicación: la duquesa de Alba y la máxima tonadillera después de Concha Piquer, Lola Flores y Rocío Jurado: Isabel Pantoja. Vienen juntas a esta columna porque, aunque no parezca, tienen relación. Murió Cayetana Fitz-James Stuart y Silva, la 18ª titular de la noble Casa de Alba, mujer con más títulos nobiliarios que la reina de Inglaterra, prima del anterior rey Juan Carlos de Borbón y descendiente del mismísimo Cristóbal Colón. Isabel Pantoja, condenada a prisión de dos años y un mes, desde el viernes pasado ya ocupa una celda común en la cárcel de Alcalá de Guadaira, a 21 km de su Sevilla natal, y la única prisión para mujeres de Andalucía. La célebre viuda de España desde que su esposo, el también famoso torero Francisco Rivera "Paquirri”, fuera muerto por un toro 30 años atrás, resultó procesada por la Justicia por blanqueo de capitales, debiendo afrontar con sus bienes una multa de 1.147.000 euros. El corazón de miles de españoles dividía sus latidos hacia uno y otro lado, el funeral de Cayetana, la duquesa del pueblo, y la cárcel donde pasaba sus primeras noches la folclórica que pocos años atrás había recibido la Medalla de Andalucía por sus notables éxitos dentro y fuera de España, y por sus récords de venta de discos.
La duquesa de Alba, de 88 años, "ya era muy mayor”, se escuchaba decir por Sevilla, "pero queríamos tenerla todavía varios años más”. "La Pantoja”, "no merecía tanto castigo, que no reciben otros…”, murmuraban las señoras que tanto la admiran. ¿A dónde vamos primero, a la puerta de la cárcel a preguntar por Isabel, o al funeral a dar el último adiós a la Duquesa?
Fueron horas tristes sobre todo para los andaluces. Sabían que la duquesa, máxima habitante del palacio sevillano de las Dueñas, devota de la Virgen de las Angustias de los Gitanos y amiga predilecta de éstos, ya no caminaría más por esas callecitas encantadas, y donde muy cerca de ahí había nacido Isabel Pantoja (1956), en el pequeño, alegre y colorido barrio de Triana (popular por sus bailaores de flamenco y marineros). Conocí a ambas. La duquesa de Alba, a quien poco le gustaban las entrevistas periodísticas, medio largas, hasta que aceptó recibirme en su mansión "Las Cañas”, en Marbella, un verano de los "90. A Isabel la entrevisté por la misma época luego de un macro concierto, sin mucha simpatía porque siempre se sintió perseguida por la prensa, sobre todo la del corazón, ámbito donde nunca tuvo muchos amigos.
Sí, son días prietos de desasosiego para los españoles. Más allá de que una muerte es "el sepulcro que se cierra y abre una eternidad”, como diría el poeta sevillano Becquer, la prisión de Isabel es obra de la Justicia, que en España goza de la independencia de cualquier otro poder. Cómo será el desconcierto ibérico que, me cuentan, hasta los catalanes, que tienen el corazón más frío de la península, arrinconaron sus recientes bríos separatistas y encendieron de nuevo la luz de España en sus hogares para despedir a la duquesa más importante de Europa. Y, también, para percibir el golpe de la cantaora enrejada.
Asegura el diario "ABC+ que "La Hermandad del Cristo de los Gitanos”, a la que pertenecía Cayetana, gestionó ante las autoridades eclesiásticas que sus cenizas descansen definitivamente en una de las capillas laterales del santuario, "a los pies de Nuestro Padre Jesús de la Salud y de María Santísima de las Angustias Coronada”, según lo que acordaron la Junta de Gobierno de Sevilla y la Casa de Alba con el consentimiento del arzobispado de Andalucía. Pero la duquesa no se llevó consigo sus más de 40 títulos nobiliarios, ni sus 10 palacios, 19 castillos, 23 casas, 9 empresas y más de 200 valiosas obras de arte. Ahora la fortuna se repartirá entre sus 6 hijos y los títulos pasan a su primogénito, actual duque de Huéscar, Carlos Martínez de Irujo y Fitz-James Stuart, un hombre que recuerdo muy sobrio y de poco gusto por la exposición pública.
En el otro extremo de Sevilla, Isabel Pantoja, ya sufre depresión y claustrofobia, y sus familiares comienzan a esperar el último día de prisión para llevarla a vivir a México, porque "España se portó muy mal con ella”. Otra vez la España profunda con lágrimas de pena. Pena, penita, pena, como la que llegó sentir Lola Flores cuando estuvo a punto de ir a prisión también, a principios de los 90, por parecidos motivos que Pantoja.
No sufras, España, ya tienes nuevo duque de Alba. ¡A celebrarlo! Mientras tanto, lejos de saber dónde estará escondida la libertad de Isabel, más pronto que tarde pasarán sus 25 meses encapotados, y se abrirán las rejas dejando atrás su "Corazón herido”, el mismo al que tantas veces cantó desde centenares de escenarios, para que surja otro "Marinero de luces” que seguramente no tardará en aparecer en tierras mexicanas.
(*) Periodista. Ex redactor de la agencia española Europa Press R.
