El mayor pecado es el orgullo, y es la causa de nuestra infelicidad, que nos aleja de Dios y del prójimo. En días pasados hemos meditado sobre la Navidad del Señor. Preguntémonos, "qué es y qué significa Belén?". Belén es un golpe colosal a la soberbia humana, y al mismo tiempo, es la propuesta de la humildad como camino para la paz, como novedad e instrumento de renovación de la humanidad. Podemos comparar a Belén con una semilla: ésta dará los frutos que le son propios. Cristo, por tanto, con su vida no podrá nunca desmentir a Belén, pero subrayará siempre más la elección de la humildad, del último puesto. Al evangelio hoy propuesto, lo preceden unos versículos en los que Juan es interrogado sobre su identidad: "Quién eres tú?". El responde: "Yo soy una voz que grita en el desierto. Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno al que ustedes no conocen". Estas palabras son profundamente verdaderas. Dios no está lejos: es siempre cercano. No es necesario que venga: ha venido y está en medio de nosotros. Cómo podemos encontrarlo? Caminando por su sendero, convirtiéndonos a sus elecciones. Quien baja del orgullo y arroja fuera la arrogancia, encuentra a Dios, o mejor dicho, se deja encontrar con Dios. Juan dice: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29). No podía encontrar una imagen más bella y verdadera. Juan era un hombre de temperamento fuerte, pasional. Le habrá costado mucho el encuentro con Cristo, manso y humilde de corazón. Habrá sido para él un martirio renunciar a la imagen del león, congenial con su carácter, para aceptar la imagen del Cordero, muy congenial con el "carácter" de Dios. Pero al final, da publico testimonio: "He aquí el Cordero de Dios". Es como decir, "No esperen poder sino bondad; no esperen terror sino confianza". Antes de comulgar, con la hostia consagrada en alto, el celebrante proclama: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Implica que nuestra comunión con Cristo debería ser una comunión también con sus elecciones. Juan no concluye su confesión de fe aquí. Su acto de fe es completo, y exclama: "He aquí el que quita el pecado del mundo". Es el objetivo de su vida y el sentido de su misión: quitar el pecado del mundo. Quien no se siente limitado, imperfecto; quien no advierte sus miserias no podrá ser destinatario de la misericordia. Jesús había dicho: "Es desde el interior del hombre, lo que sale de allí, eso lo hace impuro" (Mc 7,21). Por tanto, habrá que cambiar el corazón del hombre, si queremos cambiar la vida del hombre. Pero Dios no se queda en nuestras falencias y manchas. Una mañana, un profesor de filosofía subió a su cátedra y, antes de iniciar su clase, tomó una hoja blanca con una pequeña mancha de tinta en el medio. Dirigiéndose a sus alumnos, les preguntó: "Qué ven aquí?". "Una mancha de tinta", respondieron casi al unísono. Bien, continuó el profesor, así son los hombres. Ven solamente las manchas, aún las más pequeñas, y no la gran y estupenda hoja en blanco que es la vida". 


Una historia fue contada por un soldado que pudo regresar a casa después de haber combatido en la guerra de Vietnam. Les habló a sus padres desde San Francisco. "Mamá, papá. Voy de regreso a casa pero les tengo que pedir un favor: traigo a un amigo que me gustaría que se quedara con nosotros". "Claro, le contestaron. Nos encantará conocerlo". "Hay algo que deben saber, el hijo siguió explicando, él fue herido en la guerra. Pisó una mina de tierra y perdió un brazo y una pierna. El no tiene a dónde ir, y quiero que se venga a vivir con nosotros, a casa". "Siento mucho escuchar eso, hijo. A lo mejor podemos encontrar un lugar en donde él se pueda quedar". "No. Yo quiero que él viva con nosotros". "Hijo, le dijo el padre, tú no sabes lo que nos estás pidiendo. Yo pienso que tú deberías regresar a casa y olvidarte de esta persona". En ese momento, el hijo colgó el teléfono. Los padres ya no volvieron a saber de él. Unos cuantos días después, los padres recibieron una llamada telefónica de la policía de San Francisco. Su hijo había muerto después de que se hubiese caído de un edificio, fue lo que les dijeron. Los padres volaron a San Francisco y fueron llevados a la morgue de la ciudad a que identificaran el cadáver de su hijo. Ellos lo reconocieron; para su horror, descubrieron algo que no sabían: su hijo tan solo tenia un brazo y una pierna. Los padres de este soldado son como muchos de nosotros. Encontramos fácil amar a las personas que son como nosotros, y difícil hacerlo con quienes son "distintos". Dios no actúa como nosotros. Siempre salva sin hacer distinciones. Esa es su elección.

Por el Pbro. Dr. José Manuel Fernández