La muerte del ex presidente argentino Néstor Kirchner casi seguramente dificultará la gestión de la actual presidenta Cristina Fernández -su viuda-, y posiblemente acelerará la reticente inserción de Argentina en la economía global. A juzgar por las últimas entrevistas que les realicé a Kirchner, a la presidenta y sus asesores más cercanos, el ex presidente era el poder detrás del trono que prácticamente manejó el gobierno hasta su muerte.
Fue el tenaz líder del peronismo que mantuvo bajo control a los líderes sindicales mediante una mezcla de intimidación y recompensas económicas, y quien estuvo detrás de casi todas las grandes decisiones gubernamentales de su esposa.
Un ex colaborador cercano me dijo que cuando ella asumió la presidencia a fines de 2007, estaba decidida -aparentemente con el aval de su marido- a darle una marca personal a su gestión y no a convertirla en una mera continuación del gobierno de su marido. Pero dos crisis producidas al principio de su presidencia -una huelga rural contra los impuestos a las exportaciones y el escándalo de la maleta con casi u$s 800.000 en efectivo que ingresó de contrabando al país una delegación del gobierno venezolano, supuestamente destinados a su campaña presidencial de 2007- la llevaron a refugiarse cada vez más en su marido. "Ella nos decía que ni siquiera nosotros, sus colaboradores, la estábamos apoyando, y que el único que la defendía era Néstor Kirchner”, me dijo el ex funcionario. "De allí en más, sus iniciativas personales quedaron cada vez más opacadas por las prioridades de Néstor”.
¿Qué cambiará en Argentina con la muerte del ex presidente? En un futuro no distante, es probable que Argentina se vuelva un país menos aislado del resto del mundo, y más consciente de que antagonizar a los inversores domésticos y extranjeros, a los medios de comunicación y a otros sectores no ayuda a crecer y reducir la pobreza.
La "pareja presidencial” -como se la conoce en Argentina- se benefició de una bonanza económica gracias a los altos precios mundiales de las materias primas y a las bajas tasas de interés mundiales, pero desperdició la mejor oportunidad de Argentina en casi un siglo de invertir en fortalecer las instituciones democráticas, educación, innovación, y en atraer inversiones que podrían haber sentado las bases para un crecimiento a largo plazo.
Cuando entrevisté a Kirchner en 2004, me dio la impresión de ser un líder que, a diferencia de sus colegas vecinos, mostraba poco interés por lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo. En una prolongada conversación que mantuvimos, constantemente culpó a terceros -Estados Unidos, las instituciones financieras mundiales y los gobiernos anteriores de Argentina- de todos los males del país. Los "plantones” de Kirchner a altos dignatarios extranjeros eran legendarios. Dejó plantados entre otros al ex presidente ruso Vladimir Putin.
"KIRCHNER no disimulaba su falta de interés por las relaciones exteriores. Un ex canciller me dijo que las reuniones con líderes extranjeros lo aburrían, era el trabajo que menos le gustaba.”
