El día en que el delito se cobró cuatro vidas en el área metropolitana, la ministra de Seguridad, Nilda Garré afirmó que el Operativo Centinela, destinado a reforzar la seguridad en el conurbano bonaerense con uniformados de la Gendarmería Nacional, produjo una baja de la criminalidad en la provincia de Buenos Aires. Habría que recordar que las estadísticas deben ser públicas, las fuentes certeras, y sobre un tema tan sensible a la opinión pública, el discurso no debe ser improvisado.

La ciudadanía no percibe en la calle los efectos benéficos indicados por la ministra. La mentada "sensación de inseguridad" choca todos los días con la cruda realidad del delito en alza en zonas que, como el conurbano de Buenos Aires, se han hecho cada vez más riesgosas para sus propios habitantes. La venta y consumo de drogas crece cotidianamente e igualmente las armas de fuego en poder de la gente. Por este motivo, a fines del año pasado se prorrogó por dos años el Programa Nacional de Entrega Voluntaria de Armas de Fuego. Desde su puesta en marcha, desde 2006, se recibieron en todo el país 107.488 armas de fuego y 774.500 municiones, lo cual habla por sí mismo del volumen en circulación y de un temor que convierte la sensación de inseguridad en una amenaza concreta.

Mientras se clasifican las políticas de seguridad en dos casilleros: el de "la mano dura" y el del "garantismo", las tasas de robos, asaltos y crímenes no decrecen. A los de la mano dura, se los califica de represores. En el otro extremo está el garantismo, vinculado con la creciente difusión de la gran causa de los derechos humanos, a partir de fines de la Segunda Guerra mundial. Ha venido a combatir las aberraciones de los Estados totalitarios, que disponían de la vida, los bienes y las conciencias de sus habitantes.

Pero el garantismo también tiene vicios e irregularidades que terminan consiguiendo, a menudo, lo contrario de lo que se proponen. Si está atado a un sistema judicial y penal arcaico, facilita los movimientos de los delincuentes, cuando no su libertad permanente. El garantismo, que debiera ser nuestro escudo frente a la violación de la ley, a veces se queda impávido, y gracias a su inacción la ley es violada. El garantismo perezoso garantiza la impunidad.

En materia de seguridad no se debería aceptar una falsa disyuntiva entre la mano dura, por un lado, y la impunidad de los victimarios frente a las víctimas por el otro.