La Sagrada Familia.

En el contexto de la Navidad, la Iglesia celebra hoy la Fiesta de la Sagrada Familia. En agosto de 1970, en ocasión de cumplirse 25 años de la explosión de dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el poeta italiano Eugenio Montal, Premio Nobel de Literatura 1975, hizo una aguda reflexión. Dijo: "Es justo recordar la explosión de las primeras bombas atómicas, a fin de que aquel trágico hecho nos comprometa para no repetirlo más. Pero siento el deber de advertir que otra bomba atómica está explotando y producirá más víctimas que las bombas lanzadas sobre las dos ciudades japonesas: está explotando una bomba en el interior de las familias y producirá un número de víctimas incalculables''. Tenía razón. Observa la Madre Teresa de Calcuta: "Hoy en el mundo se está apagando el amor: esta es la peor pobreza que se pueda imaginar''. Y san Juan Pablo II, con ojo profético advertía: "Están atacando a la humanidad del hombre, es decir, el proyecto de la humanidad así como está escrito claramente en el libro de la vida. Las consecuencias serán trágicas, porque nadie puede pretender cambiar el proyecto de humanidad tal cual ha sido pensado por Dios. Quien lo hace, se autodestruye''. Son palabras realistas. Partamos de un dato de hecho fácilmente verificable. El ojo ha sido hecho para ver reaccionando a los estímulos de la luz; el oído es estructurado para acoger las vibraciones de los sonidos; las cuerdas vocales han sido hechas para emitir sonidos. No es posible modificar esta finalidad sin cambiar el libro de la vida, tal cual ha sido escrito. ¿Quién puede presumir de comer a través de los oídos o de sentir a través de los ojos? No es posible porque en el libro de la vida los fines han sido establecidos de modo correcto. Y es evidente que el hombre ha sido creado para unirse a la mujer y viceversa. E, igualmente, es claro que la humanidad ha sido pensada para que la vida brote del amor del hombre y de la mujer: la célula humana ha sido dotada de 46 cromosomas, de las cuales 23 proceden del hombre y 23 de la mujer. Todo esto ha sido pensado y realizado por Dios.


El amor del padre y de la madre debe ser estable; es decir, debe ser fiel. Es una exigencia escrita en la vida del niño y, por tanto, escrita en el libro de la vida. El hombre puede, si desea, romper las páginas de ese texto, pero se encontrará en sus manos con el desconcierto de la existencia, dando lugar a un terremoto de desastres que se desarrollarán en cadena, sembrando heridos y víctimas. He aquí por qué la Iglesia defiende con coraje a las familias. Hace cuatro años, un joven de 16 años que fue abandonado por sus padres y creció sin el calor de sus progenitores, enajenado de sí mismo, tuvo un accidente mortal en su motocicleta. Dejó entre sus apuntes una lacerante oración, que dice así: "Señor, yo no soy capaz de orar: nadie me lo ha enseñado. No sé qué decirte: ¿pero tú existes? Si existes, ¿por qué no te haces ver? Quizás pretendo demasiado. Toda la creación habla de ti, pero yo no soy capaz de descubrirte. Dicen que el amor es una prueba de tu existencia. Tal vez, esto es lo yo que nunca he encontrado: nunca he sido amado como para sentir tu presencia. Señor, ayúdame a encontrar un amor que me acerque a ti, un amor sincero, desinteresado, fiel y generoso, que sea un poco imagen tuya''. Esta oración es un auténtico sollozo que expresa la carencia de familia. ¿Éste es el futuro hacia el cual queremos ir? ¿Queremos multiplicar este llanto? Hace pocos días leí en un libro la oración de un adolescente que falleció en la cárcel. Un día escribió esto: "Soy hijo de una prostituta a quien no conocí, y desconozco quién es mi papá: tal vez me parece haber nacido sin padres. Dentro mío grito e invoco aquello que la vida me ha sacado violentamente. Tengo necesidad de una caricia y de una dulce voz que me llame: hijo''. Estas palabras, de por sí, claman la importancia y la necesidad de la familia. Concluyo con una confidencia de Teresa de Calcuta: "No existiría yo, si antes no hubiese estado el amor bello y verdadero de mis padres. Antes que me lo enseñaran en el catecismo, yo entendí que Dios es amor. Lo supe contemplando el amor de mi padre y de mi madre. Un día le pregunté a mamá porqué los dos parecía siempre novios. Ella me respondió: porque a diario los dos repetimos el "sí'' que nos dimos un día en la Iglesia. En ese momento me sentí una hija extraordinariamente feliz''. Esto son los milagros de una familia verdadera.