El Evangelio que hoy leemos en comunidad es el de San Juan 20, 10-31: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “La Paz esté con ustedes”.

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “La Paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también Yo los envío”. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no creo”.

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: “La Paz esté con ustedes”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente”.

Contestó Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”.

Jesús le dijo: “¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin ver”.

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre”.

Las apariciones de Jesús resucitado manifiestan un nuevo modo de la presencia de Dios en el mundo. Se les presenta “vivo” a los discípulos, reunidos a puertas cerradas. 

El “soplo” sobre ellos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Gn 2,7 por ejemplo. El Señor Resucitado envía a los discípulos a la misión, y se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos. Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. 

Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es secundario a la hora de comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el individualismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino seguro para ver que Dios resucita y salva. La comunidad es clave para caminar.

Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco. Jesucristo, el resucitado, va a “mostrarse” para sacarlo de ese estado de incerteza. Qué lástima que Tomás haya “desconfiado” de sus hermanos. Ellos no le hubieran mentido porque sí. 

Tomás debe comenzar de nuevo: no podrá seguir con su incredulidad cuando Jesús se le presenta. Pero Jesús no es indiferente ante Tomás. Se acerca a él y lo llama. Es invitado a tocar con sus manos las heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado. Y hace de rodillas el acto de fe. Como lo hicieron sus hermanos. Al decir “Señor mío y Dios mío”, acepta que la fe es una Gracia y deja de ser puro individualismo para ser comunión. Su seguimiento al Señor se ancla en la confianza comunitaria, y experimenta que el Dios de Jesús es un Dios de vida. ¿Pedimos a Dios que aumente nuestra fe?

 

Por el Pbro. Dr. José Juan García