Educar para vivir y comunicar para compartir no es un lema pasatista que debe quedar en la mente de unos pocos como sólo un puñado de palabras.Tener un proyecto de vida abierto y esperanzador no es un imposible en medio de diversas dificultades, como las que pueden presentarse en nuestros días. La creatividad, la imaginación y las reales potencialidades de cada uno deben ser pilares en la formación de niños y jóvenes.

Al culminar este año en el que se conmemoró el bicentenario del natalicio de Domingo Faustino Sarmiento, es bueno recordar su ideario, siempre vigente en el corazón de los ciudadanos que como tales asumen la tarea del perfeccionamiento moral y de los saberes legítimos. El Gran sanjuanino realizó una contribución trascendente e histórica al saber gracias a su aporte como promotor del progreso científico y su acción y prédica constante a favor de la enseñanza y como creador de diversas instituciones científicas y culturales que son valoradas hasta el presente no solo en nuestro país sino admiradas en todo el mundo.

Más allá de todas las controversias la figura del prócer resalta sobre todo resentimiento y sobre toda manifestación iracunda porque al decir de Borges: "Sarmiento desde el bronce sigue soñándonos'' y ese sueño suyo hubo muchos caminos que abrieron posibilidades a múltiples generaciones cimentadas en el prestigio de la escuela pública.

Asumir la realidad educativa no es tarea fácil pero ofrecer alternativas de un encuentro entre el conocimiento enciclopédico y la transferencia de éste al mundo laboral de hoy, altamente competitivo, es un desafío que ya lo previó el genio creador del Maestro de América. Sin apasionamientos y desde cada lugar debemos defender las propias ideas, las que conducen a la paz social; a la conciliación de verdades intersubjetivas y también de posturas antinómicas.

Ese es un desafío de inteligencia que quienes conducen deben saber encontrar en sí mismos y en los otros para lograr superación y entusiasmo en el descubrimiento de auténticas vocaciones. El respeto de la propia identidad; de las raíces más genuinas y de los puntos de vista sobre temas divergentes no deben separar a los argentinos, antes bien, los hará más fuertes. El consenso de hombres probos con la clara sensación del deber cumplido los hará libres.