La gobernabilidad es y sigue siendo un problema muy tenido en cuenta por los analistas y estudiosos de la política. En la Argentina de estos días, a la luz de los resultados de las urnas, pareciera que dicho problema ha sido minimizado en su forma más general, porque la situación encaja en aquello que decían los griegos, de que "una democracia es gobernable cuando los gobernantes toman y ejecutan decisiones que son aceptadas por la ciudadanía, sin que ésta pretenda cambiar el régimen político aún en el caso de que esas decisiones la perjudiquen”.

Felizmente, por ahora, podemos decir que la democracia está consolidada y facilita la gobernabilidad la circunstancia de que los actores políticos que han perdido en las elecciones en el ejercicio del juego democrático, han aceptado con hidalguía las amplias ventajas logradas por el oficialismo, sin negarse a seguir participando y prometiendo apoyar lo que haga bien al país.

Entonces, a la luz de esas reflexiones, podemos afirmar que esa gobernabilidad -en cierto modo asegurada para los próximos cuatro años- contribuye en grado sumo a afirmar el funcionamiento de las instituciones democráticas, a pesar de que algunos dirigentes pongan en tela de juicio los resultados que arroje el juego político que sobrevendrá tanto de parte de los ganadores como de los perdedores en la contienda electoral. Porque no debemos ser ingenuos, a Cristina Fernández no le será tan fácil administrar el enorme poder que le han dado las urnas y deberá negociar y lograr acuerdos con los demás actores políticos, en aras de esa ansiada gobernabilidad que de todas maneras pareciera no está amenazada.

En las elecciones del domingo pasado, después de la aguda crisis que debió soportar la democracia en Latinoamérica, sobre todo, en las últimas décadas, ha quedado la firme impresión entre la ciudadanía y las fuerzas de la política, la convicción de que la democracia sigue siendo la forma más adecuada de gobierno en sintonía con nuestra idiosincrasia y nuestra historia, premisa esta que alimenta la idea de un mayor consenso para que la gobernabilidad democrática sea posible sin obstáculos mayores. Naturalmente, esas expectativas no deben dejar de lado las profundas transformaciones económicas, políticas, sociales y culturales experimentadas en el mundo entero, sobre todo por la adopción de las reglas del libre mercado impuestas en el planeta como la fórmula válida para obtener el desarrollo de las sociedades. A ello sumemos la creación de una red de comunicaciones que cubre ya gran parte del mundo, que están cambiando radicalmente la sociedad y la política de prácticamente todos los países y han contribuido al surgimiento de una nueva cultura que también cruza las fronteras y afecta en mayor o menor grado a las culturas nacionales, especialmente a la nuestra tan permeable a las modas que vienen "de afuera”, todo lo cual también son condicionamientos que debe afrontar la gobernabilidad, que todos esperamos se deslice sobre aceitados mecanismos institucionales.